“Señor Don Manuel
Herrera
Acienda los Anonos”
Mi padre gustaba mucho de contar dos historias de alguna manera
relacionadas, aunque él no vinculaba la una con la otra. La primera tenía que
ver con una “honorable” familia de linaje, “de sociedad”, cuya principal riqueza
eran unas fincas ganaderas en la costa sur del país. Pues bien, decía mi padre
que el abuelo de sus contemporáneos era un señor que construyó su fortuna con “su
propio esfuerzo”: compraba ganado en El Salvador y lo traía a la Ciudad de Guatemala.
El transporte era por tierra, caminando, arreando por caminos y veredas; debido
a que no contaba con muchos recursos le era difícil alejar el ganado que se
sumaba al suyo en el camino y que no era propio. De tal suerte que podía salir
de El Salvador con 10 cabezas de ganado y llegar a la capital con 100. Así fue
como hizo su fortuna, sudando, arreando ganado ajeno.
La otra historia tiene que ver con el texto del principio de esta nota. Un hacendado,
también de la costa sur, tenía algunos diferendos de límites con un vecino.
Mandó a uno de los trabajadores con un mensaje escrito al vecino, con el
destinatario como aparece arriba. Cuando volvió el mensajero, don hacendado le
preguntó:
---¿Qué te dijo?
Con temor de ser víctima de la ira del patrón, el mozo le respondió en voz
baja: “Dijo que quién era ese hombre que escribía acienda sin hache”.
---Ahora mismo te subís en la bestia, vas y le decís a ese hijo de puta que
yo escribo “acienda sin hache” porque yo tengo diez haciendas, respondió
iracundo el señor finquero.
Eso es lo que cotidianamente hacen los defensores de la corrupción y la impunidad:
decirnos que tienen el poder suficiente para hacer lo que les dé la regalada
gana, incluso escribir. A ellos nadie les dice qué hacer, y nadie les dice cómo
escribir. De ahí deriva el maltrato al idioma escrito de las Bickford, Fratti,
Arzú Escobar, Arzú García Granados, Malouf, Virzi, etcétera.