Virgilio Álvarez
valvarez@sigloxxi.com
Ese es nuestro sistema de justicia, duro contra el débil y condescendiente con el poderoso transgresor.
En Guatemala no hay espacio para la tranquilidad, como tampoco lo hay para la justicia. Todos los días se producen hechos que nos asustan por la manera como los responsables de impartir justicia se comportan. Si algunos impúdicamente se recetan excesivos gastos médicos, otros imponen multas irrisorias a confesos aprovechadores del erario público, mientras que otros se hacen de la vista gorda ante militares corruptos que simulan enfermedades. Un hecho más en esa cadena de desprestigio del sector justicia se ha producido la semana pasada, cuando el 6 de agosto el tribunal de Sentencia Penal, Narcoactividad y Delitos contra el Ambiente condenó al editor Raúl Figueroa Sarti a un año de cárcel, una multa de Q50 mil y el pago de las costas judiciales de su acusador.
Quien condenó a Figueroa Sarti no fue un tribunal especializado en derechos de autor, aunque se usa el articulado de esa Ley (Decreto 33-98) sino uno supuestamente especializado en narcotraficantes y delitos contra el ambiente. Su designación, posiblemente, se hizo porque para las autoridades judiciales producir libros es mucho más peligros que comercializar drogas.
Pero la conspiración no concluye ahí, el tribunal basó su sentencia en el supuesto que el editor Figueroa no estableció un contrato escrito con el dueño de una fotografía que utilizó para la carátula de un libro. De más estuvo que el acusado dijera que había tenido el consentimiento verbal del acusador, las jueces y el juez dieron credibilidad a la palabra del demandante, no así a la del acusado.
En ningún momento se demostró el dolo con el que el editor pudo haber actuado, pues además de reconocer en la página legal del libro la autoría de la foto de portada, se entregaron copias de libro para que el fotógrafo amateur promoviera su obra. De nada sirvieron las argumentaciones legales: Figueroa fue declarado culpable. ¿de qué? Los sabios jueces no dicen, en su sentencia, cuáles los artículos exactos de esa ley que supuestamente infringió. Pero el absurdo es aún mayor: asumiendo que el demandante pedía demasiado por daños, no le reconocieron a él ningún beneficio.
Si el demandante no merecía compensación, ¿es que acaso el hecho de usar una foto, con el permiso verbal del autor y el reconocimiento de su autoría es un daño mayúsculo a la sociedad que debe ser castigado con un año de cárcel y Q50 mil de multa?
Esta combinación de contradicciones tiene aún elementos más oscuros. Los medios de comunicación no le han dado mayor relevancia y el único medio escrito que lo notició lo envió a “cultura”, con todas las suposiciones que de ello se pueden hacer. El silencio también ha sido mayúsculo en la gremial de editores. Es evidente que si el juicio hubiese sido contra una transnacional del libro todos al unísono habrían gritado que era una persecución de los populistas o, lo más probable, no habría habido condena.
Ese es nuestro sistema de justicia, duro contra el débil y bienintencionado, condescendiente con el poderoso transgresor. Ese es nuestro mercado de la comunicación, solidario con los que representan al poder de facto, omiso cuando el perseguido es un comprometido con la verdad, la denuncia y literatura de calidad como es el caso del editor hoy declarado reo culpable. ¡Este es el país del revés que estamos construyendo!
Publicado en "Siglo XXI", 12 de agosto de 2009: http://www.sigloxxi.com/opinion/6386
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