¿Quién no detesta la in-
justicia? Ese sentimiento inexplicable, indescriptible, que brota de nuestras entrañas espontáneamente al observar actos ajenos al bien común, resaltados por su naturaleza maligna, fanática, egoísta, ambiciosa.
Están por todos lados, pero son más visibles cuando azotan países enteros, como Venezuela, con Chávez. Cada día apretando más, como serpiente pitón, el abrazo asfixiante a la libertad de opinar diferente. En cada exhalación de sometimiento a su ventaja imperial obliga a sus opositores a bajar sumisa la cabeza. Una presión mayor sobre la libre expresión hasta asfixiar cualquier intento de aspirar aire libre. El último apretón de la serpiente fue cerrar 40 radios independientes, y en lista de espera la confiscación de varias fincas cafetaleras, inventando supuestas ilegalidades. “Si no les gustan las leyes, váyanse a vivir con Tarzán”, dijo, sin percatarse que hace la selva y los simios es él mismo.
Por todos lados, la injusticia pulula. Allá en Sudán se encuentra en una celda Lubna Hussein, periodista arrestada por “exposición indecente” y el delito de usar pantalones. Sujeta a recibir 40 latigazos, si el furor mundial no apaga la ceguera fundamentalista del Gobierno.
La semana pasada regresaron las periodistas estadounidenses de Corea del Norte. Estaban condenadas a 10 años de trabajos forzados, por espionaje y haber entrado ilegalmente al país. El diminuto energúmeno de grandes gafas y absurdas excentricidades les “perdonó”, a cambio de que llegase en persona el presidente Clinton y se tomase una foto con él.
La lista es grande y larga. Aquí en este nuestro paisito de abochornante semejanza macondiana, los casos de injusticias surgen a la superficie pública para abofetear nuestro sentido con puntualidad mortificante.
Véase el ejemplo de Raúl Figueroa Sarti, dueño de la editorial FYG, y el entuerto jurídico en el que está envuelto al haber sido condenado a “un año de prisión” (macondo otra vez) y al pago de 50 mil quetzales, producto de una sentencia absurda y a todas luces injusta, de un tribunal del país, al cual acudió el autor de la susodicha fotografía, haciendo caso omiso al hecho de que se le dio el crédito en la publicación, y se le pagó en especie, según el acuerdo original. ¿Qué es lo que demanda Figueroa Sarti? Que se corrijan los evidentes vicios que tiene el fallo. Y que se haga justicia.
La justicia es una palabra que tiene parentesco íntimo con sus primas hermanas: equidad, objetividad, igualdad y probidad. Con idéntico atropello contra el bien común se está manejando la aprobación del contrato para la construcción de la carretera de la Franja Transversal del Norte. Que es de singular y estratégica importancia contar con dicha carretera, nadie lo discute ni lo desaprueba; por el contrario, es una obra necesaria de indudable impacto positivo en la economía de la región.
Lo preocupante es ese olorcillo a pescado corrupto que está emanando de la letra fina contenida en el contrato con la compañía que estaría ejecutando el apetecido y costoso proyecto. Se ha desoído el consejo del vicepresidente Espada de llevar a cabo otra licitación, esta vez con parámetros técnicos más rigurosos y en condiciones contractuales más benignas y ventajosas para los que pagaremos con nuestros impuestos la deuda adquirida, que somos todos los guatemaltecos.
También que se emule la metodología de ejecución y control llevada a cabo en la construcción de la carretera al Atlántico hace años. La empresa para ejecutar la obra fue ganada por una compañía israelita y la de “supervisión de los parámetros técnicos de calidad”, por una empresa brasileña. La supervisión rindió frutos inmensos. Se respetaron los parámetros contractuales a pesar de la pugna entre ambas entidades sostenidas a lo largo de todo el proyecto.
Justicia, esa dama de vendas de seda y balanza en mano, enfrentando el reto permanente de juzgar con equidad. Eternamente presente, las más de las veces ausente.
alfredkalt@gmail.com
Publicado en "Prensa Libre", 11 de agosto de 2009: http://prensalibre.com/pl/2009/agosto/11/331179.html
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