viernes, 3 de diciembre de 2010

Javier Payeras: Yo no encontré ningún arraigo en la literatura del realismo mágico, militante o testimonial latinoamericana

Javier Payeras entrevistado por Carol Zardetto 
Diario de Centro América, martes 30 de noviembre de 2010




Según dijo el escritor y crítico literario Mario Roberto Morales en una oportunidad, la literatura es quizá el producto más sofisticado que haya producido y sigue produciendo Guatemala hasta la fecha. ¿Compartes esa opinión? ¿Por qué?
Yo no lo creo. Yo creo que Guatemala es un país complejo, por lo que reducir su complejidad es un resabio que nos dejó la  Colonia. Desde hace tiempo ver hacia afuera, ir tras la panacea cosmopolita dejó de ser importante. Los tiempos cambian. La contemporaneidad significar ver desde adentro y desde adentro deconstruir lo de afuera. Hoy en día lo que puede pasar en Tokio, en Londres o en Afganistán –matices más, matices menos– sucede en Guatemala. El antilocalismo es uno de los resabios que nos dejó la modernidad. Para los modernos era importante irte a las grandes ciudades europeas, sobre todo para robar fuego a Prometeo y venir a encender una hoguera en los pequeños cenáculos locales. El Internet está aboliendo gradualmente eso. Las narrativas importantes son las que se escriben desde las periferias, Europa agotó su discurso y perdió su poder como epicentro cultural desde que surgieron Nueva York o Tokio. Solo le queda el pasado. Ah, y algunas bienales y el Premio Nobel.
La tradición literaria guatemalteca no es importante porque somos herederos de muchas hablas, no de una sola y única vertiente. En la literatura guatemalteca se va cayendo la máscara del pensamiento único impuesto por los intelectuales criollos. Replantearse el Popol-Vuh, nuestro libro secuestrado, desde la posmodernidad puede ser una apropiación lúcida para los intelectuales indígenas y mestizos. No me encuentro referencialmente con la literatura del siglo XIX guatemalteco,  no me hallo ni en Pepe Batres ni en Pepe Milla ni en Máximo Soto Hall, que son tan celebrados por determinados gustos intelectuales que tratan de descubrir en ellos su árbol genealógico.  Sin embargo me interesa la historia de los  movimientos culturales y literarios que se inician con la llegada de  José Martí a Guatemala. Ahí comienza nuestra revuelta romántica tardía contra la feudalizada tradición española y su medievalismo literario.  Ese darle la espalda a España me parece tan vigente entonces como ahora. De ser posible me gustaría escribir un libro en inglés, en chino o en tz'utujil, por ejemplo. En medio de este plano de hablas, donde no se percibe una unidad de nación, tenemos escritores que sí pueden considerarse sorprendentes. Un Miguel Ángel Asturias jamesjoyciano (James Joyce), un Cardoza y Aragón bretoneano (André Bretón) y un Monterroso borgeano.
Los escritores contemporáneos guatemaltecos ya no son un pararrayos celeste, como los nombra Darío, sino routers para Internet: los escritores más jóvenes tienen antenas más despiertas al mundo.

¿Sientes una afinidad generacional con los escritores guatemaltecos contemporáneos tuyos? ¿En qué aspectos existe afinidad? ¿Qué les preocupa? ¿Qué motivos abrazan?
Para mí, la llegada del cable a mi colonia fue como la llegada del hielo a Macondo. Mi generación literaria (clase media urbana), que empezó a escribir con las editoriales emergentes de los noventa, nos enteramos de que había guerra en Guatemala por CNN, en medio de esta burbuja social que es la clase media urbana.
No tuvimos un hilo de conexión con la literatura testimonial de la guerra ni con la literatura sesentera de Guatemala. Quienes nos sentábamos a escribir lo hacíamos alrededor de ciertos gustos, muy alejados de lo que era predominante en la literatura guatemalteca o lo que leían los escritores guatemaltecos tradicionales. Estuardo Prado fue fundacional de todo esto y nuestro interés iba por los libros de ciencia ficción de Philip K. Dick, las novelas de  Douglas Coupland, Foster Wallace o Bret Easton Ellis. Yo no encontré ningún arraigo en la literatura del realismo mágico, militante o  testimonial latinoamericana. En ese sentido, los de mi generación carecemos de territorio. Al menos esa es mi perspectiva.

¿Por qué el diálogo intergeneracional entre los escritores guatemaltecos se ha vuelto tan dificultoso? ¿No tiene algo que decir una generación a la otra?
Tengo una relación muy cercana con los escritores emergentes. Ideas e intereses comunes nos unen. Algo que no sucedió con los de la X en los noventa. La guerra dejó un país discursivamente fragmentado. Los escritores sobrevivientes esperaban de nosotros la continuidad de ellos en cuanto al tema de la guerra. Una épica que iba a reivindicar la lucha revolucionaria. Ojo, nuestra obra no es la literatura de posguerra. Quienes están escribiendo la literatura de la posguerra son escritores que se formaron, salieron de Guatemala, y que cuando regresan se reconcilian con el país y lo pueden ver con otros ojos.

El conflicto armado interno es uno de los hitos históricos que más ha impactado el arte en Guatemala, incluyendo la literatura. ¿Qué piensas de la literatura producida durante la guerra? ¿Y de la literatura posconflicto?
Los escritores militantes se quedaron en un habla. Pero creo que no va a tener muchos precursores. Creo que su legado va a ser más bien didáctico acerca de su época. Claro, no lo puedo predecir. Los verdaderos libros de la posguerra son, por ejemplo, Con pasión absoluta (Carol Zardetto), Material humano (Rodrigo Rey Rosa), El arte del asesinato político (Francisco Goldman), las novelas de Gerardo Guinea y Sopa de caracol (Arturo Arias) y algunos que también tocamos el tema como los Señores de Xiblablá (Ronald Flores) o Ruido de fondo. Esta es la literatura de la posguerra y me interesan más que los otros. ¿Por qué? Se abre paso al descubrimiento de la enorme fosa común que nos dejó la violencia. Curiosamente los libros que cité vienen de cierta marginalidad local, sus autores no encajan dentro de ese árbol genealógico del canon chapín ni dentro de los estudios subalternizantes del género y demás reductos académicos. Estas obras son irrespetuosas a la manida tradición literaria de este país que no supera su adicción al  paisaje.
 A mí, en lo personal, el tema de la guerra me interesó y de alguna manera lo toco en Ruido de fondo, por ejemplo. La literatura de la posguerra despierta con el descubrimiento de la guerra misma. Un recuento de daños. 
Considero que un intelectual comprometido es quien organiza la cultura y no el que simplemente divaga: trabajar en la cultura en Guatemala es una militancia. En el caso de mi generación, el compromiso con el país y la sociedad tiene una característica que la separa de la generación que escribió durante la guerra: no estamos sesgados ideológicamente. Así, nos distanciamos de la noción del arte por el arte, pero también de una obligación de condescender con alguna ideología. Distanciarse del conflicto social o de la historia no significa ser un escritor de bestsellers a la venta en los supermercados. El arte implica una búsqueda de formas que también es un compromiso. Lo que no puede perdonarse nadie es escribir obras mediocres.

¿Crees que, en términos generales, la literatura guatemalteca se abre al erotismo? ¿O es una literatura castrada?
A mí me da  mucha curiosidad cómo ven los grupos culturalistas mayas a Luis de Lión.  En primer lugar, el desconocimiento de su obra, y en segundo, el rechazo. No entra en la visión de la cosmogonía. ¿Por qué?  La mejor manera de tener dominado al subalterno es negarle su capacidad de desear. Si cortás con el deseo, el subalterno se convierte en un ser puro, asturiano o muy a lo García Márquez.  El tiempo principia en Xibalbá, que es la obra más importante que se ha escrito sobre erotismo en este país. La idea de secuestrar un virgen de un pueblo y usarla como un elemento erótico me parece el punto de partida de una transgresión que subvierte el poder real. Aparte da herramientas de deseo a un grupo que políticamente es parte el paisaje. También me parece interesante la literatura homo-erótica de Francisco Nájera.  Al fin y al cabo, el tema importante es lo político de lo erótico, en el que el deseo subvierte el poder. Lo indígena transgrede la castración histórica que deviene de negarle esa capacidad de seres deseantes que impera en el pensamiento colonizado y neo-colonizado. En ese sentido, tenemos un ejemplo interesante: la poetisa Rosa Chávez, mujer indígena que habla desde el deseo. Manuel Choc es otro indígena k’aqchikel que escribe una literatura gay.

¿Y el erotismo femenino? ¿Crees que es una expresión subversiva en un país conservador y machista?
Cardoza y Aragón creo que lo dijo: la mujer es el indio del indio. Eso expresa muy bien la situación subalterna en la que se ha mantenido a la mujer. ¿Qué nos dice eso?  Que en una sociedad como la nuestra existe una cadena de sujeciones. En Guatemala no hablamos de un país, sino de un centro penitenciario.  Se trata de un problema foucaultiano. Ahora la visión neo-colonialista nos vende algo peor: normalizar para controlar. Normalizar genera mercados y reduce el interés por subvertir.  Se les abren “espacios de expresión” y con ello se neutraliza la disidencia. Lo que están haciendo es volver los temas apolíticos. Para volver político el tema del deseo de la mujer es necesario que se produzca una obra literaria realmente transgresora que nos haga volver a ver con frescura un tema invisibilizado por la corrección política.

¿Molesta el erotismo femenino expresado en la  literatura escrita por mujeres?
La literatura femenina en Guatemala está creciendo. Las mujeres que han escrito sobre erotismo en Guatemala están más cercanas a Simone de Beauvoir que a Anais Nin o Rosa de Luxemburgo.  La literatura de mujeres debe subvertir el papel de víctima.
Creo que en este tema nos hemos quedado seducidos por el escándalo. Personalmente me parece más apasionante y significativa la vida de Margarita Carrera que la de Pepita García Granados. O la obra erudita y sensible de María Cruz, Luz Méndez de la Vega, Delia Quiñónez o Carmen Matute, que son íconos. La increíble Isabel de los Ángeles Ruano. Tenemos pendiente la tarea de conformar esa iconografía femenina. El tema erótico en la mujer es como una bomba de humo para poder replantearnos el papel intelectual y político de la mujer.  Ana María Rodas, desde el diario oficial, es un cambio fundamental dentro de nuestro panorama cultural.