El gato tiene cuatro patas, no le
busquen cinco. Alejandro Giammattei no es el líder que Guatemala necesita.
Alejandro Giammattei llegó a la presidencia de Guatemala gracias a diversas
circunstancias, entre otras: hizo campaña electoral durante muchos años, logró
convertirse en el candidato idóneo para la cúpula del sindicato patronal, y no
tuvo oponente capaz de disputarle los votos de la población. Ninguna de esas
circunstancias incluye lucidez política o un liderazgo capaz de reunir en torno
suyo a personas capaces comprometidas con el desarrollo del país.
Los
momentos de crisis suelen ser ocasiones propicias para que las personas crezcan
personalmente y den lo mejor de sí mismas. Algo así, creo yo, esperábamos
muchos que sucediera con Alejandro Giammattei. Que dados sus discursos a favor “de
Guatemala” hiciera uso del escaso poder del Organismo Ejecutivo y tomara medidas
a favor de las mayorías, que en última instancia terminarían beneficiando,
también, a las minorías que detentan el poder económico. ¡Pero no! Sus primeras
comunicaciónes por la pandemia de covid-19 fueron ambiguas; ambigüedad que
realmente ocultaba que estaba atendiendo órdenes del sindicato patronal, Cacif.
Una vez más hemos aprendido que cuando estos grupos dicen “Guatemala” se
refieren a sí mismos, y cuando dicen “economía” aluden a sus ganancias.
Volvamos
al título de esta nota. Es notable la facilidad con que personas con sentido crítico,
que logran discernir entre un mensaje claro y uno ambiguo, pueden caer en la
tentación del “también hay que reconocer lo bueno” y aplaudir entusiastamente cuando
el presidente, por decirlo de alguna manera, en lugar de tener la mascarilla
cubriéndole sólo la boca también le cubre la nariz: “Ese es el presidente que necesitamos”,
“Hoy, el presidente sí habló claro, aplausos para él”.
Si bien
es cierto que el “también hay que reconocer lo bueno” no deja de ser cierto,
también lo es que de alguna manera es el resultado de que como sociedad nos han
enseñado que la norma debe ser el silencio y que hablar puede ser causa de
muerte. “¡Cállense, no critiquen!” fue el mensaje difundido para un grupo
fachada del sindicato patronal en días pasados. Y lo hemos interiorizado y no
solo da miedo opinar, también nos sentimos culpables y nos vemos en la
angustiosa necesidad de “reconocer lo bueno” y no “decir sólo lo malo”.
Y si aplaudir
la mascarilla bien puesta no deriva de la culpa de “criticarlo todo” es muy
posible que la explicación a esa facilidad para sentirnos satisfechos con tan
poco sea resultado de que como ciudadanos sin ciudadanía necesitamos de líderes
o lideresas que nos marque un rumbo, que nos sugieran y nos entusiasmen con un
Norte. En materia de liderazgos de relevancia nacional estamos en la orfandad
(nuestros grandes líderes están muertos y lloramos su ausencia). Por favor, que
esa orfandad no nos haga apludir a cualquier merolico que el sindicato patronal
ponga en la presidencia.
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