martes, 16 de noviembre de 2010

Gerardo Guinea Diez: "El erotismo sigue siendo algo postergado, y lo expresan muy bien las mujeres asesinadas en los últimos años"

Gerardo Guinea Diez entrevistado por Carol Zardetto

Diario de Centro América, 16 de noviembre de 2010

Según dijo Mario Roberto Morales en una oportunidad, la literatura es quizá el producto más sofisticado que haya producido y sigue produciendo Guatemala hasta la fecha. ¿Compartes esa opinión? ¿Por qué?
Sin duda lo es. Basta ver los índices de desarrollo humano para que uno pueda concluir que en medio de la debacle nacional aún existan personas preocupadas por la cultura. Solo agregaría que no solo es la literatura. Hay que hablar de música, pintura, cine, teatro, entre otros. Y al asunto de la sofisticación hay que agregar el de la calidad. Hay mucha.

¿Sientes una identidad generacional con los escritores guatemaltecos contemporáneos tuyos? ¿Qué los identifica? ¿Qué les preocupa? ¿Qué motivos abrazan?
Ese es un tema complejo. Creo que los de mi generación son pocos, y sin duda tenemos afinidades entre nosotros y tratamos de entender que venimos de una tradición. Es decir, de Asturias, Monteforte, Monterroso, Cardoza, etcétera. Nos identifican cuestiones estéticas y políticas. Las estéticas, tratar de escribir lo mejor posible. Entender que no estamos inventando nada nuevo. Nos preocupa ser honestos (en el sentido literario), no creernos los elegidos.

¿Por qué el diálogo intergeneracional entre los escritores guatemaltecos se ha vuelto tan dificultoso? ¿No tiene algo que decir una generación a la otra?
Por una razón, las generaciones nuevas creen que descubrieron el dadá y no entienden que para romper primero hay que inscribirse dentro de la riquísima tradición literaria del país. Además está la cultura de las patadas bajo la mesa. El ninguneo abunda por doquier y el disparate se puede ver cuando recordamos una frase de Goethe: escritores con su librito particular. Es fácil encontrar los parricidios literarios. Quizá nos falta humildad y más trabajo.

El conflicto armado interno es uno de los hitos históricos que más ha impactado el arte en Guatemala, incluyendo la literatura. ¿Qué piensas de la literatura producida durante la guerra?¿Y de la literatura posconflicto?
Si fechamos la guerra desde el 54, pues años después se produce la gran literatura, la que logró un Nobel, un Príncipe de Asturias, un Juan Rulfo y otros escritores que sin premios lograron una exquisita obra, como Leyva, Illescas, Luis de Lión, Monteforte. O los que alcanzaron una especie de consagración, como Cardoza. Lo que viene después es de otro tipo. Al menos dos corrientes: la que aborda el conflicto directa o elípticamente y quienes se inscriben dentro de la generación del desencanto. Ahora bien, viene una nueva, la que está creciendo lejos de ciertos patrones y dentro unos 10 años tendrá mucho qué ofrecer. Además están los escritores atípicos, Rey Rosa, Halfon, nosotros, que estamos en medio de todo y nada.

¿Crees que, en términos generales, la literatura guatemalteca se abre al erotismo? ¿O es una literatura castrada?
Sin duda se abrió con algunas obras. Sin embargo hay aún cierto prurito con el tema. Los jóvenes abiertamente le apostaron, pero creo que en otra vía que a mi juicio no es erotismo. La dificultad aquí descansa en que la realidad es tan lapidaria, tan monstruosamente cruda, que el erotismo es un tema de segunda mano.

¿Y el erotismo femenino? ¿Crees que es una expresión subversiva en un país fundamentalmente machista? ¿Molesta el erotismo femenino expresado en la  literatura escrita por mujeres?
Por supuesto que es una expresión subversiva, lo que sucede es que la corrección política echó a perder todo su potencial. Aún recuerdo que eso del erotismo femenino era una cuestión común en las relaciones, en los barrios populares, (claro, sin obviar la chabacanería machista), pero una relación era menos complicada. No sabría decir si molesta ese tema, pero cuando algo está bien escrito, pues a nadie le incomoda. Las mil y una noche es el mejor ejemplo. O de pronto aquella novela El perfume de Suskind (perdón, pero no estoy seguro de cómo se escribe). Aunque el erotismo sigue siendo algo postergado, y algo que lo expresa muy bien son las más de 5,000 mujeres asesinadas en los últimos años o las 10,000 durante los años de la guerra. Por ello he escrito una novela sobre ese tema, que a pesar de ser tan horripilante tiene altas dosis de erotismo en el sentido de la libertad.

¿Cómo funciona el humor en tu obra? ¿Podrías hacer algún comentario en relación con el humor en la literatura de tu generación?
Casi en toda mis novelas está presente el humor, incluso en la más cruda, como El árbol de Adán. Por ejemplo, en Calamadres, una de las personajes se llama Marylin Monroy.

La muerte parece ser omnipresente en Guatemala. ¿Cómo ha impactado esta presencia ominosa en tu obra? ¿Crees que es un elemento fundamental de la literatura guatemalteca?
Uno quisiera decir que no, pero es imposible. La muerte está en todas mis obras, más de las veces sin nombrarla, está como una sombra, como la luz. Y si uno ve otras obras es lo mismo: Los compañeros de Flores, en Asturias, en Luis de Lión, en Mario Payeras, en Javier Payeras, en Quiñónez.

Erotismo, humor y muerte… ¿Cómo funcionan estas tres piezas en el rompecabezas de la literatura guatemalteca?
Pues son parte de la carpintería narrativa. Erotismo como una reivindicación, humor como una manera de resistir y muerte como un sello de la terrible construcción social del país.

¿Es la guatemalteca una literatura con capacidad para la fuga o estamos demasiado cercanos a nuestras crisis sociales e históricas? ¿Podemos ser universales?
Creo que las fugas no siempre funcionan, sobre todo cuando pensamos que así vamos a escribir la gran obra. Si te fijas en las grandes obras de la literatura universal —raras excepciones—, están sustentadas en lo nacional, pero su escritura y su fuerza es tan sólida que encarnan valores universales: Guerra y paz, El señor presidente, La muerte de Artemio Cruz, Cien años de soledad, Conversación en la catedral, etcétera. De igual modo están Faulkner, Rulfo, Cortázar, Piglia; en poesía, Paz, Carver, José Emilio Pacheco, Gelman, Szymborska.

¿Cómo se escapa la literatura guatemalteca? ¿Qué se esconde bajo la sinuosidad del escape?
Quizá su resistencia a verse en el espejo de lo que somos. Tal vez un territorio que atenaza demasiado y en la huida intenta construir otro imaginario, otra vida.

¿Existen voces nuevas en Guatemala? ¿Qué voz no se ha escuchado en la literatura del país?
Bueno, los últimos 15 años, al menos, es impresionante la cantidad de nuevas voces, unas buenas, otras menores, solo el tiempo irá decantando. Pero el boom es impresionante. Creo que lo publicado ya supera mucho de lo que se publicó en décadas anteriores. Además está el hecho de la recuperación de varios escritores muertos durante la guerra. Es significativo el surgimiento de escritoras, muchas de ellas alejadas de esa estética decimonónica y muy enfrentadas consigo mismas y con los tabúes que nos aprisionan. De pronto las voces que menos se han escuchado son las de los indígenas. Sin embargo hay cuatro o cinco voces muy potentes.

¿Hacia dónde va la literatura guatemalteca contemporánea? ¿Tiene esperanza?
Adónde va no lo sé, pero si lees detenidamente los periódicos no hay semana que no salga una novedad literaria. Cierto, más en poesía que narrativa, pero salen. Habrá entre 20 y 30 escritores que tienen presencia internacional. Unos más que otros, es cierto, pero la tienen de distintos modos. La gran tragedia de la literatura guatemalteca es que la mayoría de escritores no tenemos agentes. Por lo mismo estamos condenados a cierta marginalidad centroamericana. Si hay esperanza, creo que nadie escribe para tener esperanza. Alguien dijo que el éxito es para los cantantes. Como sea, somos el país centroamericano que más está editando, que con editoriales pequeñas y marginales ha sacado la gran tarea de estos años. Falta superar el provincialismo, los egos inflamados, falta construir una tradición de crítica literaria.

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