Pablo Bromo entrevistado por Carol Zardetto
Diario de Centro América, lunes 22 de noviembre de 2010
Según el crítico literario Mario Roberto Morales, la literatura es quizá el producto más sofisticado que haya producido y sigue produciendo Guatemala hasta la fecha. ¿Qué piensa usted?
Estoy totalmente de acuerdo. La literatura guatemalteca ha sido, desde el Rabinal Achí hasta la obra contemporánea, una sofisticación fabulosa y llena de paradojas que solamente en Guatemala podrían crearse. Los síntomas de vivir en este país, tan duro y tierno, son de una intensidad muy cabrona. Sin lugar a dudas Guatemala tiene la literatura más compleja de toda Latinoamérica –en diversidad y estilo–. No sé si se deba a un conflicto de identidades o a una chispa insurrecta que baila con el morbo y la inocencia de nuestra gente
¿Siente usted una identidad generacional con los escritores guatemaltecos contemporáneos suyos? ¿Qué los identifica?
Sí, existe una empatía que nos hace hablar de tópicos como la soledad, el hastío urbano, la cotidianidad, la fragmentación social, el desasosiego, por citar algunos. En lo personal me siento muy identificado con la obra de autores como Javier Payeras, Arnoldo Gálvez o Alejandro Marré. En su prosa o en su poesía encuentro las mismas preocupaciones que van desde la necesaria soledad introspectiva hasta la búsqueda por abrazar el colectivo. De alguna extraña manera escribimos para combatir ese olvido que produce vivir en una sociedad civil donde la existencia es reemplazable a cualquier minuto del día debido a la proximidad de la muerte.
Por otra parte, mi generación tuvo una gran conexión con el movimiento rock de los noventa. Fuimos parte de proyectos culturales como Casa Bizarra y de encuentros para intercambio intelectual en lugares como Café Oro, o la Bodeguita del Centro.
Sin lugar a dudas, a nuestra generación la marcó un odio por la violencia heredada.
Se afirma que un escritor es producto de los que le antecedieron. ¿Siente usted que su obra está construida sobre el legado de los escritores guatemaltecos que le antecedieron o piensa que sus influencias están alejadas de aquí?
Por supuesto, la obra de Luis Cardoza y Aragón, Luis de Lión, Roberto Monzón o Miguel Ángel Asturias son referentes ineludibles, pero también lo es la obra de autores vivos como Rodrigo Rey Rosa, Eduardo Juárez o Francisco Morales Santos. En ese caso, mis últimos libros fluyen alrededor de un texto de Manuel José Arce, en el que habla sobre la Guatemala del siglo pasado, la del exilio y el dolor, que tampoco es muy ajena a la Guatemala que estamos viviendo actualmente.
¿Por qué el diálogo intergeneracional entre los escritores guatemaltecos se ha vuelto tan dificultoso? ¿No tiene algo que decir una generación a la otra?
Creo que existe falta de información y, además, no han existido muchos puentes que faciliten el intercambio. Mario Monteforte Toledo fue un vínculo con los jóvenes. Convendría en todo caso gestionar más mesas redondas y conversatorios donde escritores de distintas generaciones dialoguen sobre las convergencias y puntos específicos que nos unen como gestores y escritores guatemaltecos. El otro día platicaba con Enrique Noriega y Max Araujo sobre la producción literaria actual, específicamente en el campo editorial, y ellos mencionaban lo refrescante que resulta ver el nacimiento de editoriales independientes como Vueltegato, Libros Mínimos o Catafixia. Eso, en lo personal, me hace sentir conectado con dos pilares de la cultura en Guatemala, pero habría que crear más nexos.
El conflicto armado interno es uno de los hitos históricos que más ha impactado el arte en Guatemala, incluyendo la literatura. ¿Qué piensa usted de esta afirmación?
No hay duda de que el conflicto armado interno ha resultado ser un motor incipiente para muchas obras de autores guatemaltecos. Ya todos sabemos que los temas de la imposición de poder, la muerte, el militarismo, la persecución, etcétera, han sido estímulos que funcionaron bien para escribir desde el padecimiento del exilio y la literatura comprometida. Lo que veo en la actualidad es desinformación en generaciones más jóvenes. Por eso me gusta hablar de “si existió tal mortal suceso” y que “si hubo miles de desaparecidos”, no desde el plano de “rascar la herida”, sino más bien desde algo puramente informativo en la memoria colectiva.
Su generación literaria ¿se encuentra distante de la historia de Guatemala? ¿Se trata de una generación a-histórica?
No, más bien es un híbrido de muchas cosas. En mi caso particular hablo de un pasado histórico que causó mucha violencia y que tiene muchas repercusiones actuales. Mi visión, al igual que la de algunos de mi generación, es la de alguien que no vivió la guerra, pero está colmado de horror diario. En ese sentido creo que sí estamos comprometidos con la historia del país porque la vivimos como un torrente diario y esperanzador.
Dicen que todo escritor es un hombre (o mujer) de su tiempo. ¿Cómo expresa un escritor joven esa circunstancia en Guatemala?
Mi obra tiene muchos referentes de la sociedad guatemalteca actual: la amplitud de las redes sociales, el intercambio constante de información, la despersonalización de las relaciones interpersonales, la violencia irremediable de cada día, etc. Por lo mismo me interesa palpar una Guatemala cruda y honesta, escrita en tiempo real. Mi próxima novela habla sobre las relaciones interpersonales y la cultura del Internet, escrita desde una Guatemala violenta que es lo mismo que ver las páginas de los diarios de cada día.
¿Está presente el erotismo en su obra?
No sé si está presente de una forma explícita. Lo que sí es que me encanta la idea de dejar muchas imágenes sexuales en mi obra, escritas desde ese realismo sucio que Bukowski o Carver utilizaban. La idea de incorporar sexualidad en mi literatura es también parte de ese escribir en tiempo real.
¿Cree usted que, en términos generales, la literatura guatemalteca se abre al erotismo? ¿O es una literatura castrada?
Ha sido una literatura subestimada, castrada desde siempre por regímenes machistas y militaristas, donde la mujer ha sido sólo un instrumento y el sexo resulta ser un tabú del cual no es necesario hablar.
¿Y el erotismo femenino? ¿Cree usted que es una expresión subversiva en un país fundamentalmente machista?
En lo personal no me molesta. Lo considero una forma más de expresión como otras tantas, pero estoy consciente de que a muchos lectores les resulte difícil digerirlo o les cause reacciones encontradas. Y eso, por lo mismo, resulta ser subversivo, sensible y honesto. poemas de la izquierda erótica, de Ana María Rodas, me parece un libro imprescindible para cualquier estudioso de la literatura universal, partiendo de los factores historia, género, región y época. Pero poco a poco se están abriendo brechas, y eso es lo más importante.
¿Cómo funciona el humor en su obra?
El humor es algo que por esbozos se vislumbra en la obra de algunos escritores contemporáneos, pero falta un crecimiento. Yo no tengo objeción en involucrar pasajes de humor en mi obra. Al contrario, creo que le dan un sazón fabuloso que garantizan una conexión más real entre autor y lector. Digamos que el guatemalteco es, por naturaleza, ocurrente y burlón.
La muerte violenta parece ser omnipresente en Guatemala. ¿Cómo ha impactado esta presencia ominosa en su obra? ¿En la literatura guatemalteca?
La muerte violenta es un ser cotidiano que nos rodea a todos. Su omnipresencia es fatal e impredecible. En los dos libros que publiqué este año: Alicia y A dos, la muerte es un tema recurrente que persiste a lo largo de todo su contenido. En el último hay un verso que circunda toda la primera parte del libro que dice “vivir es estar a dos pasos de la muerte”. Por lo mismo considero que la muerte y la violencia son dos síntomas que ya forman parte de nuestra vida diaria. Entonces me resulta familiar que en la literatura se vea reflejada la realidad más inmediata de este país.
¿Es la guatemalteca una literatura con capacidad para la fuga? O bien, ¿estamos demasiado cerca de nuestra historia y crisis sociales?
El guatemalteco tiene una gran capacidad para burlarse de su cruel realidad. Ese cinismo es una forma en que se fuga la literatura guatemalteca y se distancia del horror de la sociedad. Sin embargo creo que sí. Deberíamos tener nuevas propuestas.
¿Qué voz no se ha escuchado en la literatura del país?
Fundamentalmente, la indígena. Y aunque existen exponentes como Rosa Chávez, también fue importante la publicación del libro La misión del Sarima’, ganador del Premio de Literaturas Indígenas B’atz’. Pero sí, falta mucho apoyo para que estas voces puedan surgir. Publicar en idiomas mayas también es un reto pendiente y con capacidad de difusión.
¿Ven los jóvenes escritores esperanza en la literatura guatemalteca contemporánea?
Mucha, por lo mismo seguimos creando. Hace un poco más de una década la literatura guatemalteca parecía haberse quedado estancada en un sinuoso y horrible porvenir literario. Propuestas como Editorial X y Mundo Bizarro abrieron brechas esperanzadoras para la literatura que vendría. Autores como Maurice Echeverría, Javier Payeras y el mismo Estuardo Prado sirvieron de ruptura para proponer esperanza literaria en un país en el que muchos de los escombros discursivos estaban literalmente por los suelos. Actualmente hay una decena de nuevos autores con propuestas frescas que irán renovando la literatura nacional. Solo es un asunto de perseverancia, rigor y mucha cautela literaria.
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