martes, 7 de febrero de 2012

La masacre de Cajón del Río, 7 de febrero de 1967


I. Antecedentes

La aldea Cajón del Río se encuentra en las riberas del río Grande en el municipio de Camotán, departamento de Chiquimula, a 12 kilómetros, en línea recta, de la cabecera municipal y a cuatro kilómetros de la raya fronteriza entre Guatemala y Honduras. Pertenece a la región Ch’orti’. El 15 de marzo de 1951, Jacobo Arbenz asumió la Presidencia de la República. Durante los años siguientes, Cajón del Río y otras aldeas cercanas se convirtieron en el eje de un nuevo proceso de organización de los campesinos en Comités Agrarios Locales, mediante los cuales los campesinos reclamaban el reparto de tierras y de los centros de producción agrícolas y ganaderos. El líder local del movimiento agrarista era Agustín Pérez, originario de la vecina aldea de Tular.

Con el golpe de Estado del coronel Castillo Armas, el 3 de julio de 1954, y la creación del Movimiento Democrático Nacionalista (MDN), los partidos políticos que apoyaban a Jacobo Arbenz fueron disueltos y sus miembros perseguidos, a pesar de lo cual algunos de ellos participaron en 1957 en la fundación del Partido Revolucionario (PR). Esta situación problemática se trasladó al mundo rural, surgiendo conflictos entre los alcaldes auxiliares y campesinos afiliados al nuevo partido, por una parte y, por otra, los comisionados militares pertenecientes, en su mayoría, al movimiento liberacionista del presidente Castillo Armas.

En palabras de un sobreviviente:

“Cuando se fue Jacobo Arbenz se hizo un gran matazón. Aparecieron cadáveres en los caminos. En tiempo de Castillo Armas el Ejército anduvo por todos lados matando campesinos”.

La violencia cayó también sobre aquellos campesinos que habían logrado beneficiarse de la reforma agraria iniciada en 1952 por el Gobierno de Arbenz, quienes sufrieron la persecución de los comisionados militares y el Ejército.

Por otro lado, los intercambios que en ésta época desarrollaban las cofradías con otras comunidades, a través de las tradicionales “visitas de santos” de unas aldeas a otras, favorecieron que circulasen, por la región las nuevas ideas políticas, así como los líderes locales.

Al establecerse las primeras Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), en diciembre de 1962, la aldea Cajón del Río quedó en las orillas del área de operaciones del Frente Guerrillero Las Granadillas, comandado por Luis Trejo Esquivel. Poco tiempo después, el frente es localizado y su campamento bombardeado por el Ejército, por lo que se desintegra. Cuando las FAR se reorganizan, en marzo de 1965, esta región continuó sirviendo como un corredor estratégico entre el Frente Guerrillero Edgar Ibarra, ubicado en la Sierra de las Minas, y la frontera con Honduras.

Un habitante de Cajón del Río recuerda: “En 1964 llegó la guerrilla. Decían: ‘compañero’. Hicieron reuniones sólo en la noche. Decían que va a llegar un tiempo que el Gobierno va a reprimir y así fue porque la aldea ha sufrido”.

La guerrilla llegó hasta Olopa, “reuniendo a la gente humilde [indígenas ch’ortís] ofreciendo tierra y libertad”. En concreto se trataba de “una unidad del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre [MR 13], que se llamaba Frente Alejandro de León”.

En su trabajo organizativo, los cuadros del MR 13 se apoyaron en Agustín Pérez, dirigente local del movimiento agrarista de los años cincuenta y en Cupertino Rivera, líder de los partidarios del PR en Cajón del Río. “En Tular había una Mesa Directiva del Partido Revolucionario y Agustín Pérez era presidente de la Directiva. El mandaba allí … Decía: ‘Pongan pisto, nosotros vamos arriba con la revolución’. Dicen que esta gente [las víctimas de la masacre en Cajón del Río] trabajaban en la directiva”.

Gran parte de las personas que asistieron a las reuniones con la guerrilla en las aldeas eran militantes o seguidores del Partido Revolucionario, pero no todos los miembros de este partido eran miembros políticos de la insurgencia.

En 1966 la guerrilla controlaba varias aldeas de la región, pero en noviembre de ese año el Ejército instaló un destacamento en la cabecera municipal de Olopa y dio comienzo una ofensiva contra la insurgencia y sus colaboradores.

Poco antes de la masacre de Cajón del Río, Agustín Pérez tuvo que huir: “El Ejército le buscaba por Tular. En la casa él ya no estaba, pero hallaron la papelería que tenía. Sacaron las actas con los nombres de la gente. La comisión [los responsables de la masacre] llevaba[n] un memorial con muchos nombres”.


II. LOS HECHOS

Alrededor de las once y media de la noche del 7 de febrero de 1967 un grupo de siete soldados se presentó en la casa de uno de los comisionados militares y le apuntaron con las armas.

“Me buscaron. Todos eran soldados. Eran 7 nada más. Andaban llevando Máuser y carabina. A Martín Gutiérrez le dijeron que eran de Jutiapa. A mí no me dijeron de dónde eran. [Tenían] uniforme militar [pero] no portaban ninguna divisa, ni de sargento, ni de cabo, nada, nada, tampoco de unidad. Anduvieron con dos chuzos [palas] y un azadón. Llegando a mi casa el jefe dijo: ‘Usted es el comisionado militar. Usted nos pone a la casa de Cupertino Rivera. Usted nosva a conducir y no va a poner palabra por ninguno”.

“Nos fuimos. Llegando a la casa de Cupertino Rivera me quedé en el camino. Era hombre viejo. Lo sacaron y lo hicieron preguntas. A rato estaban golpeándolo y le preguntaron quiénes eran sus ‘compañeros’. Lo golpearon con las patas y los fusiles. El estaba atemorizado. El tenía que decir quiénes eran”.

Los siete militares, acompañados por otros dos comisionados, se llevaron a Cupertino, quien fue identificando las viviendas. Primero se dirigieron a la de Teodoro Sánchez, donde capturaron a tres de sus hijos. Después el grupo fue casa por casa capturando a Raymundo Vásquez, Tomás Canán, Toribio Pérez López, Paulino Alonzo García, Inés Mejía Alonzo, Cecilio Pérez García —alcalde auxiliar—, Santos Mejía García y José María Oajaca.

Cuando llegaron al hogar de Ignacio Vásquez uno de los comisionados avisó a éste de las intenciones de los soldados, pero la víctima se negó a huir al considerar que “estoy libre. Presté servicio también. A mí no me hacen nada … y lo agarraron”.

Los 13 detenidos son llevados a la orilla del río Camotán o río Grande, donde un testigo ocular recuerda que los soldados “ordenaron a los presos para que ellos hicieran las cuevas. Después les quitaron los lazos que tenían. Estaban todos sueltos. Dijeron que se hincaran en una línea a ver si Dios todavía los perdona. Hicieron la línea de rodillas. Allí fue donde fueron fusilados”.

Eran las siete y media de la mañana.

“Después de fusilarlos, los soldados los enterraron. Están enterrados en un cafetal [que ahora ya no existe, que] se secó, cerca de La Poza de Remolín”. Terminada la operación, los elementos de la tropa parten en dirección a Olopa mientras que los comisionados militares regresan a la aldea. Entre las víctimas de este día se cuenta también Juan García, “un hombre humildito, [que] no participaba en nada”. Su nombre no estaba en la lista que llevaba el grupo de soldados; sin embargo, cuando en el camino se encontró con los militares que llevaban a los detenidos se asustó y trató de huir, por lo que los soldados reaccionaron matándolo.

El mismo día de los hechos, una de la viudas presentó denuncia ante el alcalde de la cabecera municipal de Camotán y el Ejército inició una investigación. “Tuvimos que presentarnos [los comisionados] al destacamento militar. Los militares nos preguntaron qué cosa había pasado aquí. Nosotros dijimos que una clase de Ejército vino. Como había dos bandos [la guerrilla y el Ejército], los militares preguntaron sobre el vestido y qué clase de armas portaban. Tuvimos que decir que era igual al vestido de ellos, los mismos. Nosotros contestamos y más preguntas no hicieron”.

Ocho días después llegó el alcalde de Camotán con “una comisión del Ejército”.

“Llegamos al lugar donde los fusilaron. Hallamos un pedazo de la quijada [de una de las víctimas]. Hallamos pedazos de las cabezas de la gente. [El comisionado] dijo que también a nosotros van a echar al río porque nosotros salimos a dar parte. Nos dimos cuenta que así hablaba y nos fuimos al destacamento militar en Camotán otra vez … a ver si recogieron la credencial de este comisionado militar. Dos años nada más duró éste. Recogieron la credencial del comisionado y pusieron otros”.

“El comandante de Chiquimula [también vino] citando a la gente, había una plática, un consejo. Les dijeron que no se metieran en la política, que trabajaran tranquilo”.

Varios de los “señalados” el día de la masacre habían logrado escapar, al darse cuenta de la presencia de los soldados en la comunidad, antes de que llegaran a sus viviendas. Un antiguo colaborador de la insurgencia lo expresó de este modo:

“Algunos apoyaron a la guerrilla y otros no. Yo estaba en la casa el día de la masacre. Me fui para salvar la vida. Tuvimos que ir a donde podamos defendernos. Si nos bajábamos a la aldea nos encontramos con el Ejército para fusilarnos. Anduvimos con la familia en la montaña no más, en los piñascos que hay. Anduvimos con el miedo. Los que andaban con el Ejército entraron [a nuestras casas] y sacaron nuestras cosas. Los que se fueron para Honduras tuvieron pérdidas”. Buena parte de los que se fueron no han vuelto: “Muchos de aquí están [todavía] en Honduras. Casi la mitad de la aldea se fueron. En Honduras sacaron sus nuevas cédulas”.

Tal fue el efecto que la masacre produjo en Cajón del Río, que Eduardo Galeano se refiere a ella como la aldea que “quedó sin hombres”.
 

III. Conclusiones

La CEH, considerando los antecedentes reunidos, ha llegado a la convicción de que 14 pobladores indefensos de la aldea Cajón del Río fueron ejecutados por efectivos del Ejército de Guatemala, constituyendo su muerte una violación del derecho a la vida.

La colaboración que, en diverso grado, las víctimas hubieran podido prestar a la guerrilla no otorga justificación alguna, ya sea ética o jurídica, a este crimen.

La CEH considera que el presente caso confirma que la parte oriental de Chiquimula fue un área de enfrentamiento e ilustra las tácticas aplicadas por el Ejército en la campaña denominada “pacificación de Oriente”, destinada a la erradicación de la primera guerrilla, las cuales se tradujeron en varias masacres.

A su vez, la CEH considera que el caso ilustra la práctica del Ejército de eliminar físicamente a los líderes locales del Partido Revolucionario, a los cuales identificaba con la guerrilla.


LISTADO DE LAS VÍCTIMAS

Ejecución arbitraria
Cecilio Pérez García
Cupertino Rivera Ramírez
Felipe García Pérez
Ignacio Vásquez
Ines Mejía Alonzo
José María Oajaca Pérez
Juan García Ramírez
Paulino Alonzo García
Raymundo Vásquez
Santos Mejía García
Tomás Canan Rivera
Tomás García Pérez
Toribio Pérez López
Valerio Sánchez García

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