Hay ciertas mañanas en que uno se despierta como si estuviera de cabeza. ¿Es el mundo al revés o estar al otro lado del espejo? No, es la sucia realidad que, a nuestro pesar, está golpeando a Guatemala. No son incertezas, sino la sensación alimentada cotidianamente en esta sociedad que se mueve con razones imposibles de articular. El presidente del Congreso, el poder del Estado más representativo en una democracia, declaró el 18 de junio que se da por satisfecho con la labor legislativa alcanzada hasta ahora (sic)… ¡No puede ser? La desvergüenza puede ser personal y no responsabilidad de la prensa; pero no, el señor Pedro Muadi, presidente del Poder Legislativo dijo claramente que “Solo con lo que aprobamos la semana pasada creo que sobra, compensa, todo lo que podamos hacer en el año…” Exculpa de esa manera la inmovilidad del Congreso, de la cual en cuanto a la responsabilidad institucional es culpable. Hay en este desafuero dos ofensas políticas, o pecados públicos como también los llaman: uno, una ofensiva agresión al sentido común al creer que con tres días de trabajo se satisfacen cinco meses de holganza; otra, con desparpajo, hacerlo público. La parálisis del Congreso Nacional forma parte sustantiva de la crisis que afecta al Estado guatemalteco, grave porque se trata de una invalidez de lujo, ganar mucho y no hacer nada.
No hay excusa aceptable frente a la demencial parálisis que golpea el ejercicio legislativo. Un partido no puede frenar a su gusto la función constitucional de promulgar las leyes que la vida en sociedad necesita. Solo puede hacerlo si tiene la complicidad consciente de otros partidos. La parálisis es una discapacidad, en la que el paralítico necesita ayuda. En este bochornoso ejemplo de los diputados a quienes Muadi exonera, cobrar buenos dineros es una indignidad. En todo caso lo que indigna en la confesión del presidente es que de hecho ignora que en cincos meses se han gastado 180 millones de quetzales, y de ellos, 23 millones en sueldos, y 12.5 en dietas. ¿Si hay entumecimiento legislativo, por qué cobran dietas? Pero con los cuatro decretos aprobados, debemos darnos por satisfechos. La vida del poder legislativo se entumece en la democracia; el derecho a interpelar, que forma parte de las funciones de control constitucional, se degenera cuando paraliza por tanto tiempo reuniones ordinarias. La democracia, si se usa un símil, se pudre.
Veamos. No es que pensemos que mientras más decretos aprobados, es mejor la labor legislativa, o que mientras más diputados, más decretos promulgados. En el trabajo legislativo, como todo en la vida, es mejor la calidad que la cantidad; en Guatemala, como vivimos al revés, ni la cantidad ni la calidad de las leyes dependen del número de diputados. ¿De qué depende, entonces? Veamos el siguiente cuadro. La gráfica evidencia una tendencia decreciente, la curva se mueve hacia abajo a pesar de semejante número de “legisladores”; son muchas las consideraciones que pueden hacerse. Por ejemplo, un interrogante inicial –de mala leche– es preguntarnos por la calidad de las 40 leyes de 2004 o las 37 de 2011, años en que la producción fue mínima… O los 4 decretos de 2013 (en 169 días). Cuando pensamos en el mundo de cabeza no podemos evitar preguntarnos a quien sirve esta democracia. O aun peor, ¿para qué y quienes vale la pena?
Fuente: PNUD 2010 y http://www.congreso.gob.gt/decretos-ley.php (para los últimos años). |
Fuente: PNUD 2010 y para el último año http://larealidadenguatemala.blogspot.com/. |
Ni la Ley electoral ni el censo se utilizan sólo para determinar el número de diputados. Otro ejemplo de miopía política… ¿Treinta? ¿Doscientos? ¿Tres mil funcionarios administrativos? La democracia se pudre, la ciudadanía se harta, ¿hasta cuándo?
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