Caso ilustrativo No. 87
Detención y
desaparición forzada de seis miembros de la familia Portillo, incluidas tres
niñas
“Estos 16 años han
sido la tortura más grande que pueda haber. … Años de agonía, desesperación,
angustia, dolor”.
I. ANTECEDENTES
Adrián Portillo
Alcántara nació en El Salvador, desde donde salió exiliado en 1952 a
consecuencia de su militancia sindical. Pasó a radicarse en Guatemala, cuya
nacionalidad adquirió al cabo de un tiempo.
De su primer
matrimonio tenía ocho hijos adultos, dos mujeres y seis hombres. Vuelto a casar
(había enviudado en 1972) una hija más nace en el matrimonio. Completaban el
grupo familiar varios nietos y nietas.
Adrián Portillo
Alcántara se ganaba el sustento trabajando como vendedor y agente de seguros,
actividad que mantuvo hasta el momento de su desaparición.
Sus hijos varones
dejaron el estudio en los primeros años de la enseñanza secundaria y se
dedicaron a ayudar a su padre; las mujeres, en cambio, llegaron a terminar la
secundaria.
Según una de sus
hijas, Adrián Portillo Alcántara había sido “revolucionario desde que era
muy joven, muy político y muy consciente de la realidad y con un concepto muy
grande de lo que era la justicia social, y había sabido inculcarnos a nosotros,
sus hijos, el amor por la justicia y la igualdad para todos”. Estos ideales inspiraron en los
hijos, en sus propias palabras, “la necesidad de hacer algo”, sintiendo
que no tenían otra opción que unirse “a los esfuerzos que ya existían para
cambiar la situación del país”. Así
fue como, tanto el padre como los hermanos, se unieron a la Organización del
Pueblo en Armas (ORPA), con diverso grado de participación.
En 1978,
uno de los hijos de Adrián Portillo fue reclutado para servir en el Ejército,
cuando contaba con 17 años de edad. Permaneció en la institución casi todo el
tiempo de servicio obligatorio, hasta que en abril de 1981 desertó, “por lo
intenso del conflicto y por lo que implicaba ser miembro de la Institución
Armada”. Al parecer,
poco antes de concluir los treinta meses reglamentarios comenzó a aparecer
entre sus pertenencias propaganda revolucionaria, hecho que le hizo temer por
su vida y lo determinó a huir.
El 25 de julio de
1981 tuvo lugar en la colonia Vista Hermosa II, de la zona 15 de la capital, un
operativo militar que terminó con la muerte de varios hombres y mujeres. El
Ejército había detectado una casa de seguridad de la guerrilla y la había
atacado con un gran número de efectivos y un alto poder de fuego. Al día
siguiente los periódicos hacían alusión al hecho y describían algunos de los
cadáveres, acompañando la nota con fotografías. Una de ellas correspondía a
Carlos Alfredo Portillo Hernández, hijo de Adrián, de 23 años de edad,
combatiente guerrillero. Su hermana manifiesta: “Cuando leí los periódicos
me di cuenta de que la descripción de uno de los cadáveres, incluyendo la ropa
que vestía y las fotografías que … [acompañaban la nota] correspondían a
mi hermano”. Ningún
pariente se presentó a reclamar el cadáver pues, “en ese tiempo, admitir que
una persona era familiar de un miembro de la guerrilla era sentencia de
muerte”.
Operativos de este
tipo, aplicados al desmantelamiento de casas de seguridad de la guerrilla y la
muerte o desaparición de sus ocupantes, fueron frecuentes en la época. En un caso registrado por la CEH,
Fuerzas de Seguridad del Estado detectaron casas que habían sido montadas en
Guatemala por un grupo insurgente salvadoreño. El 17 de abril de 1981 se
desarrolló un operativo en la zona 15 de la capital, a resultas del cual
desaparecen Berta Menjívar de Lobo, su hijo Walter Ernesto Lobo Menjívar, de
cinco años, y Luis Antonio Saracay, todos ellos de nacionalidad salvadoreña. Al
día siguiente, en la noche, un grupo de hombres armados allanaron otra casa de
seguridad, esta vez en la carretera que de la capital conduce a Mixco. Una de
las personas que habitaban en ella, Iride del Carmen Marasso de Burgos, de
nacionalidad chilena, quien había salido antes del allanamiento, para comunicar
con alguna de las personas desaparecidas de la casa de la zona 15, también
desapareció. En el momento de los hechos la mujer estaba embarazada de ocho
meses. Nunca se supo la suerte corrida por las víctimas, en particular del niño
de cinco años y del bebé que debía nacer en pocas semanas.
II. LOS HECHOS
El viernes
11 de septiembre de 1981, a eso de las nueve y media de la mañana, hombres
jóvenes armados, vestidos de civil, a bordo de un vehículo con vidrios
polarizados y sin placas, se presentaron a unas oficinas situadas en la 9ª
calle, entre la avenida Elena y 1ª avenida A de la zona 1 de la capital. Dos de
ellos penetraron en el lugar, portando uno un fusil y el otro una pistola. Allí se encontraba de visita Adrián
Portillo Alcántara, a la sazón de 70 años de edad, por quien preguntaron y de
quien llevaban un retrato hablado. Una vez identificado, procedieron a
interrogarle, preguntándole entre otras cosas por la persona que le acompañaba
ese día temprano, cuando conducía su camioneta. Portillo Alcántara les contestó
que se trataba de su hijo Angel Antonio, pero que había ido a la terminal de
buses de la zona 4 a esperar a unos familiares. La verdad es que Angel Antonio
se encontraba presente en el lugar y pudo, de esta forma, evitar que le
reconocieran y, a la vez, presenciar lo que ocurría. Escuchadas las
explicaciones, los captores sacaron a punta de pistola a su padre de la
oficina, y le obligaron a entrar en el vehículo. “Alcancé a ver cuando mi
padre fue introducido en el vehículo, después de lo cual éste se dirigió hacia
el centro de la ciudad”.
Después de
presenciar la detención, Angel Antonio se dirigió en autobús a la residencia de
su padre para avisar de lo sucedido a sus familiares, ahí reunidos. Cuando
llegó se dio cuenta que se desarrollaba un operativo alrededor de la manzana,
dirigido por un hombre que le pareció ser el mismo que hacía un rato había
interrogado y detenido a su padre.
Vehículos sin
placas, jeeps militares, radiopatrullas y una cantidad indeterminada de
hombres armados, vestidos de civil unos y de uniforme militar otros, portando
radio transmisores, habían tomado posesión de la residencia, situada en la 2ª
avenida 1-57 de la zona 11 de ciudad de Guatemala.
“Fue
sorpresivo cuando de repente vino el Ejército, pero no así [de cara descubierta,
sino] con esas gorras que llaman pasamontañas, pero sí eran del Ejército”. Los
militares “rodearon prácticamente toda esta cuadra, toda esta cuadra la
rodearon y ya después ya vinieron otros carros particulares, que en ese tiempo,
según decían que era de la Policía Secreta”. Al llegar, “rompieron la puerta, a
fuerza … Eso fue aproximadamente como a las once de la mañana”. Un testigo no
vio que los militares sacaran personas de la casa, pero un suceso le pareció
singular: “A mi lo que me extrañó que cuando ya hicieron eso [el copamiento de
la casa], entró ese pick-up celeste … doble cabina y … como allí antes había un
garage, entraron así, de espalda digamos y … llevaban algo ahí”, aunque “no, no
supimos qué era”. Los medios de comunicación llegaron como 35 o 40 minutos
después de iniciado el operativo, que terminó “como a las tres y media … o
cuatro [de la tarde]”. Quedaron dos agentes custodiando el lugar.
En el domicilio
allanado vivía Adrián Portillo Alcántara, su esposa Rosa Elena Latín de Portillo,
de 23 años, y la hija de ambos Alma Argentina, de sólo 18 meses de edad. El día
de los hechos se encontraban de visita, procedentes de Jutiapa, las pequeñas
Rosaura Margarita y Glenda Corina Carrillo Portillo, de diez y nueve años
respectivamente, nietas de Adrián Portillo Alcántara. Además se encontraba
también Edilsa Guadalupe Alvarez Morales, de 18 años, compañera de Manuel
Alfonso, hijo del dueño de casa. Algunos vecinos contaron a los familiares de
las víctimas que, durante el operativo militar, escucharon las voces de mujeres
y niños que lloraban y pedían ayuda. Sin
embargo, las Fuerzas de Seguridad dijeron que la casa se encontraba
deshabitada. Los medios de prensa se hicieron eco de la versión oficial: “Aparte
de la incautación [de material subversivo] no se reportan capturas de
las personas usuarias del lugar de referencia, pues al acudir el elemento de
seguridad pública, el reducto estaba deshabitado”.
Angel Antonio
Portillo, que había llegado a la residencia de su padre cuando se iniciaba el
operativo, optó por caminar por la acera hasta una tienda ubicada en la
esquina, donde preguntó al tendero sobre lo que pasaba. Luego, “aún bajo los
efectos de un choque tremendo”, decidió retirarse del lugar, dirigiéndose
hacia “la casa de mi jefe … con quien yo trabajaba vendiendo libros y quien
vivía en la zona 5”.
Como
a las dos de la tarde, Adriana Margarita Portillo, madre de la niñas Glenda
Corina y Rosaura Margarita, llegó a la casa de su padre con la esposa de su
hermano Angel Antonio y sus dos sobrinos. Encontraron la manzana entera rodeada
por agentes de la Policía Nacional, Policía Militar Ambulante, Policía Judicial
y soldados. Al acercarse son interceptados e interrogados por “el tipo que
parecía ser el jefe [quien] era alto y delgado, de tez blanca, pelo
castaño rizado y de ojos color verde o café claro. Llevaba lentes de aro dorado
y tenía un bigote pequeño. Vestía muy bien y parecía de muy buena educación”. Cuando Adriana Margarita preguntó
por sus familiares, los militares contestaron primero que no estaban allí, para
decir luego que sí estaban dentro, que pasaran a verles. No lo hicieron, por
miedo, y se retiraron rápidamente del lugar. Desde la calle observaron que unos
hombres lavaban el piso de la casa empleando una manguera y escobas.
Nunca
más se supo del paradero y la suerte de Adrián Portillo Alcántara, de su esposa
y su nuera, y de las tres niñas secuestradas.
III. DESPUÉS DE LOS
HECHOS
Al día siguiente los
periódicos dieron cuenta del operativo e identificaron la vivienda en donde
habitaba Adrián Portillo, publicando fotografías y referencia exacta de la
dirección, como una “casa de seguridad” de la guerrilla. En efecto, la
ORPA reconoció a la CEH que “se trataba de una casa de seguridad … y … el
compañero Portillo era el responsable de esa casa”.
Tras estos hechos
los familiares sobrevivientes de Portillo Alcántara vivieron el temor de
convertirse en las próximas víctimas. Uno de sus hijos se trasladó con su
familia a la capital: “Buscábamos perdernos dentro de tanta gente y por tres
años permanecimos en la ciudad sin decir absolutamente nada a nadie”. Luego, poco a poco, comenzaron a
salir del país.
Los parientes
buscaron en el exterior el apoyo de organismos no gubernamentales y
gubernamentales de derechos humanos. Su caso fue recibido por el Grupo de
Trabajo de las Naciones Unidas sobre Desapariciones Forzadas y, desde 1993, a
la Comisión Presidencial de Derechos Humanos (COPREDEH). El 1 de abril de 1998
se presentaron ante el Ministerio Público, exponiendo los hechos y solicitando
que la desaparición de sus familiares fuese investigada.
Las
autoridades de Guatemala nunca reconocieron que la detención de los
desaparecidos hubiera tenido lugar. El 31 de julio de 1998 la CEH consultó al
Ejército sobre el caso. Este, mediante nota fechada el 20 de agosto del mismo
año, contestó afirmando que en sus archivos no guardaba información al respecto
y adjuntando la transcripción de un artículo de prensa del día 12 de septiembre
de 1981.
IV. CONCLUSIONES
La
CEH, estudiados los antecedentes del caso, llegó a la convicción de que Adrián
Portillo Alcántara fue detenido ilegalmente por agentes del Estado, quienes
ocultaron posteriormente el hecho. La omisión de los captores de dar cuenta a
la autoridad competente y el ocultamiento, hasta el presente, del paradero de
Portillo Alcántara, constituye una desaparición forzada, de la que es
responsable el Estado de Guatemala.
Los indicios y
testimonios existentes convencen a esta CEH que miembros de las fuerzas de
seguridad del Estado, con ocasión del operativo desarrollado en la residencia
ubicada en la 2ª avenida 1-57 de la zona 11 de la capital, detuvieron
ilegalmente a Rosa Elena Latín de Portillo, de 23 años, a Alma Argentina
Portillo Latín, de 18 meses de edad, a Edilsa Guadalupe Alvarez Morales, de 18
años, a Rosaura Margarita Carrillo Portillo, de diez años, y a Glenda Corina
Carrillo Portillo, de nueve años de edad. La negativa de los agentes captores
de reconocer la detención de estas personas y la falta de noticia sobre su
paradero, constituyen también una desaparición forzada.
Las desapariciones
forzadas de las personas nombradas constituyen gravísimas violaciones a los
derechos humanos e ilustran los extremos de crueldad con que las Fuerzas de
Seguridad actuaron con el pretexto de la lucha contrainsurgente, haciendo
víctimas de su represión a niños de corta edad y destruyendo con su accionar
familias enteras.
La participación de
algunas de las víctimas en una organización guerrillera no representa
justificación alguna, de tipo jurídico o moral, de los crímenes reseñados.
La falta de
reconocimiento oficial de los hechos representa un grave obstáculo para la ubicación
del paradero de las víctimas y, en definitiva, para la reconciliación nacional.
LISTADO DE LAS
VÍCTIMAS
Desaparición
forzada
Adrián
Portillo Alcántara
Alma
Argentina Portillo Muñoz
Edilsa
Guadalupe Alvarez Morales
Glenda
Corina Carrillo Portillo
Rosa
Elena Muñoz Latín de Portillo
Rosaura
Margarita Carrillo Portillo
Berta
Menjívar de Lobo (salvadoreña)
Walter
Ernesto Lobo Menjívar (niño salvadoreño)
Luis
Antonio Saracay (salvadoreño)
Carmen
Marraso de Burgos (chilena)
Fuente: CEH, Guatemala memoria del silencio.
Fuente: CEH, Guatemala memoria del silencio.
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