En la
Escuela Normal
Hace
unos días, en Canal Antigua, Juan Luis Font entrevistó a tres jovencitos
estudiantes de magisterio que se oponen a la “profesionalización” de los
maestros de educación primaria. A pesar de mi profunda empatía con ellos no
pude menos que sentir tristeza por su
falta de coherencia, su dificultad para expresarse, su carencia de una
propuesta definida...
No sé cuántos de quienes aplauden la
mentada “profesionalización”, y ven el demonio en los maestros, están
conscientes de que la responsabilidad de tantas carencias en los futuros
maestros no es de estos jóvenes sino de un sistema que, particularmente a
partir de los años setenta y ochenta del siglo pasado, se dedicó a destruir las
escuelas normales en el país.
Todo ello me ha motivado a escribir
unas líneas sobre mi paso por la Escuela Normal Central para Varones. Tenía 15
años y ninguna orientación vocacional, mi padre quería que yo fuera perito
contador y yo solo sabía que la contabilidad me gustaba pero no quería pasarme
en un escritorio haciendo números. En los primeros días de enero de 1972 fui a
preguntar a la Escuela Normal sobre requisitos de ingreso y el único que había
era un examen de admisión. Lo hice, lo gané y entre a la Normal. Lo primero que
me llamó la atención fue la frase de José Martí: “Y me hice maestro, que es
hacerme creador”.
Estuve tres años en la Escuela. Entre
los 15 y los 18 años. Mis maestros fueron Pavlov, Marx, Enrique Gómez Carrillo,
Víctor Manuel Gutiérrez, Paulo Freire, Aníbal Ponce, Alfredo Guerra Borges,
Ricardo Nassif, Eduardo García Maynez. Entre los guías que me acercaron a estos
maestros recuerdo a Héctor Cabrera Guzmán y a Amílcar Echeverría (aún tengo en
mi biblioteca su libro con el que ganó un concurso sobre Enrique Gómez
Carrillo). Hubo otros más cuyos nombres exactos no recuerdo, sólo que por las
tardes eran profesores universitarios.
En esos tres años aprendí psicología, general y del
niño, pedagogía, álgebra, química, biología, conocí Guatemala, literatura
universal, literatura hispanoamericana, literatura infantil. Y sobre todo me
hice persona, ciudadano. Cuando lo veo en perspectiva concluyo que tuve una
educación de lujo, y era pública.
Recuerdo mucho la biblioteca de la Escuela, era
amplia, grande, siempre llena de estudiantes haciendo tareas, leyendo. Algo que
me impresionó mucho fue la sección de las tesinas de los maestros graduados en
los años cuarenta. Seguramente algunas de ellas de calidad muy superior a
muchos de los mamarrachos de tesis que hoy se hacen en las universidades para
obtener licenciaturas.
Además en la Escuela Normal había concursos de poesía,
declamación, cuento, oratoria. Victor Hugo Cruz presentó en el Salón de Actos,
El Tercer Reich, de Brecht. En mi último año, desde la Asociación de
Estudiantes Normalistas, con el dinero que nos quedó de la fiesta de
aniversario, no había cooperación internacional, publicábamos semanalmente un
periódico que pensábamos, redactábamos, picábamos los esténciles e imprimíamos
los sábados y distribuíamos los lunes a primera hora. Mil ejemplares.
La Escuela Normal además de formar maestros, formaba
ciudadanos. Tal vez por eso fue que la dictadura militar, dirigida en ese
entonces por Kjell Laugerud, el mismo de la masacre de Panzós, aprovechó el
terremoto de 1976 para incendiar las instalaciones de la Escuela Normal Central
para Varones.
En la Escuela Normal sólo estuve tres años. Pero ahí
aprendí lo más importante que debe saber un maestro: a aprender.
Interesante Raul que compartimos las vivencias de estudiar en una verdadera escuela. Yo estudie alli desde 1967 hasta 1972 cuando me gradue de maestro... y luego nos re-encontramos en la Facultad de Agronomia. Abrazos
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