Luis Morales Chúa
El editor guatemalteco Raúl Figueroa Sarti fue condenado a un año de prisión conmutable y a pagar Q50 mil por haber publicado en la portada de un libro la fotografía de un perro, lo cual hizo, según las publicaciones que he leído, con el consentimiento verbal del fotógrafo, quien es oficial de un tribunal de justicia.
Desde mi punto de vista, se trata de una resolución que debe ser revocada en una instancia superior. Figueroa Sarti es un ciudadano que no procedería en contra de la ley, usando inconsultamente una fotografía ajena. Su formación académica y profesional se lo impide; él estudió análisis de datos, aplicado a las ciencias sociales, en la Universidad de Essex, Inglaterra; en Madrid, España, trabajó para el Instituto de Relaciones Europeo Latinoamericanas y, en Costa Rica, para la Facultad Latinoamericana de Ciencias Políticas. Es, además, editor de la más difundida versión oficial del Código Procesal Penal de Guatemala, concordado, y anotado, con la jurisprudencia constitucional.
No conozco al acusador y no me permitiré hacer contra él, ni contra el tribunal, señalamientos que yo no pueda probar, pero intuyo que en la tramitación del caso, tal como sostienen los defensores de Figueroa, pudo darse un error en la apreciación de la prueba, o una falta de imparcialidad judicial, lo cual sería una trágica ironía, porque el código citado presenta como uno de sus elevados principios la necesidad de que la justicia sea impartida por jueces imparciales, tanto que el libro se abre con una lección de ecuanimidad que la mayoría de juzgadores sabe de memoria. Dice así:
“Este magistrado —Itakura Sihheidé— tenía la costumbre de presidir su tribunal escondido detrás de un biombo, y de moler té durante las audiencias. ¿Por qué haces eso? —preguntole un día el daimio —samurai de rango superior, antiguo señor feudal japonés—. Y el buen juez le contestó: “La razón que tengo para oír las causas sin ver a los acusados es que hay en el mundo simpatías, y que ciertas caras inspiran confianza y otras no; y viéndolas, estamos expuestos a creer que la palabra del hombre que tiene rostro honrado es honrada, mientras la palabra del que tiene rostro antipático no lo es. Y esto es tan cierto, que antes que abran la boca los testigos, ya decimos al verlos: este es un malvado; éste es un buen hombre.
Pero luego, durante el proceso, se descubre que muchos de los que nos causan mala impresión son dignos de cariño, y, al contrario, muchos de los agradables son inmundos. Por otra parte, yo sé que aparecer ante la justicia, aun cuando se es inocente, resulta una cosa terrible. Hay personas que, viéndose frente al hombre que tiene entre sus manos su suerte, pierden toda energía y no pueden defenderse, y parecen culpables sin serlo.
El daimio exclamó: Muy bien, pero, ¿por qué te entretienes en moler té? Por esto que voy a responderte —murmuró el juez—, y le dijo: Lo más indispensable para juzgar es no permitir a la emoción dominarnos: un hombre de verdad bueno y no débil, no debe nunca emocionarse; pero yo no he logrado tanta perfección, y así, para asegurarme que mi corazón está tranquilo, el medio que he encontrado es moler té. Cuando mi pecho está firme y tranquilo, mi mano también lo está, y el molino va suavemente, y el té sale bien molido; pero, en cambio, cuando veo salir el té mal molido, me guardo de sentenciar”. (Enrique Gómez Carrillo. El Japón heroico y galante).
Y yo creo que el proceso contra el editor Figueroa Sarti es un té mal molido, que la justicia nuestra no podrá tragar.
Ojalá —y lo digo con todo respeto por la independencia funcional de los jueces— el error sea corregido en una instancia superior. El Ministerio Público puede contribuir a ello.
Publicado en "Prensa Libre", 16 de agosto de 2009: http://prensalibre.com/pl/2009/agosto/16/332920.html
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