Caso ilustrativo No. 77
Desplazados internos
en San Miguel Uspantán: La familia Tipaz Pérez
“Sufrimos más de lo
que podemos contar. Nos acusaron de guerrilleros porque estábamos en las
montañas, pero nosotros sólo estábamos defendiendo nuestra vida porque ya
quemaron nuestras casas y nuestra milpa”.
“En las noches
entraban para violar, más a las que sólo tienen uno o dos hijos, a las jóvenes.
Pero una noche pusieron marimba y violaron a todas … hay fiesta, hay tragos,
ellos estaban alegres, nosotros estamos tristes. Nosotros lloramos, nosotros
queremos morir … quería morir, ya no soportaba tanto dolor, tanto sufrimiento
mío y de mis familias, pero me dio fuerzas mi hijita que sólo tenía dos años”.
I. ANTECEDENTES
El presente caso se
ubica en San Miguel Uspantán, en el departamento de Quiché, donde desde finales
de 1980 el Ejército aplicó la denominada estrategia de tierra arrasada. En
algunas comunidades de la región los militares obligaban a todos los vecinos a
abandonar sus casas y concentrarse en la cabecera municipal bajo control
militar. Unas familias obedecían; otras, se refugiaban en la montaña.
A la población maya
k’iche’ que se refugió en la montaña, el Ejército la identificó con la
guerrilla. La sometió a un cerco militar, a continuos ataques que
imposibilitaron su alimentación, alojamiento y asistencia médica. Estas
poblaciones permanecieron entre uno y dos años en las montañas de los
alrededores de sus comunidades, para desplazarse después hacia Las Guacamayas,
donde quedaron aisladas por la persistencia del asedio militar. Muchas personas
murieron de hambre.
Los sobrevivientes y
otros que no habían caído prisioneros se reunieron en Xasboj (área Xeputul,
Comunidades de Población en Resistencia, CPR-Sierra): “…Como ya quemaron las
casas, nos fuimos a las montañas para que no nos mataran los Ejércitos, y como
ya no tenemos papá, cuesta más conseguir nuestras comidas. Y es así como se van
muriendo, uno detrás de otro. Es así como los vamos enterrando porque si uno no
come, se muere, pues”.
Los ataques en Las
Guacamayas fueron perpetrados por efectivos del Ejército que procedían de los
destacamentos de San Miguel Uspantán, Cotzal y La Parroquia Lancetillo y por
Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) venidas de los mismos lugares.
A partir de 1983
estas unidades son las que concentran a las mujeres y los niños capturados en
instalaciones castrenses en
condiciones infrahumanas, sin proporcionarles alimentos ni mínimas condiciones
de higiene. Los militares violan allí a las mujeres, las fuerzan a unirse con
los patrulleros y entregan a los niños a personas ajenas a su familia.
La
familia Tipaz Pérez vivía en una de las comunidades del municipio de San Miguel
Uspantán, cuando la violencia comenzó a golpearla. Su historia podría ser la de
una familia cualquiera de El Desengaño, Macalajau, Chimel, San Pedro La
Esperanza, San Pablo Baldío, Las Guacamayas...
II. LOS HECHOS
La primera generación
Felipe Tipaz Chic y
Juana Pérez Cac pertenecían al Comité de Unidad Campesina (CUC), como la
mayoría de los habitantes de Santa Lucía, “porque no es delito organizarse
para defender nuestros derechos”. Felipe
había participado en la toma de la Embajada de España, donde encontró la muerte, y dejó a
Juana viuda y con once hijos a su cargo.
En enero de 1981 el
Ejército arrasó Santa Lucía. Huyendo de los militares, que continuamente no
dejaban de atacarlos, la familia quedó dividida en las montañas: en un lado,
los hijos Felipa y Eduardo; en otro, Juana con los demás hijos.
Estando en
el monte, entre mayo y junio de 1982, a Juana se le murieron cinco hijos: Rubén
Darío, Francisco, Candelaria, Aurelia y Domingo. Habían soportado durante más
de un año el hambre, el frío y la lluvia, la tensión, el miedo y las huidas
ante las ofensivas del Ejército; pero sucumbieron al hambre. El mayor de éstos
niños tenía doce años, el más pequeño solamente tres. “Día a día veía como
se me iban muriendo, sin poder hacer nada”.
De Felipa y Eduardo,
que vivían en Santa Lucía, la madre seguía sin noticias. Con ella, en las
montañas de San Antonio, sólo quedaban Jesús, Ramiro, Pablo y Carmen.
En esa época,
soldados y patrulleros procedentes de San Miguel Uspantán y la Zona Reina
atacaban de forma constante a las familias desplazadas en la montaña. El 13 de
junio de 1982, Jesús —de 17 años— “iba a buscar alimentación. Primero, le
pegaron un tiro en una pierna: se corrió en otro bordo y se chocó con más
patrulla … También había soldados. Le dieron dos tiros en la espalda, le
agarraron vivo y todavía le torturaron. Hasta el tercer día no lo pudimos
enterrar, hasta que se retiraron las patrullas. Cortaron su lengua, sus oídos …
estaba todavía patojo”.
El
24 de julio de 1983 soldados y patrulleros procedentes de la Zona Reina
atacaron otra vez a la población en las montañas de San Antonio. En el ataque
murió Pablo, de catorce años, mientras que Juana y su hija Carmen fueron
capturadas y conducidas al destacamento de La Parroquia Lancetillo, en la Zona
Reina. Permanecieron presas durante 20 días, privadas de alimentación y
asistencia médica y sometidas a todo tipo de humillaciones, junto con otras 30
personas, mujeres y niños en su mayoría. Las mujeres fueron torturadas y
violadas por los soldados:
“En las noches entraban para violar, más a las que sólo tienen
uno o dos hijos, a las jóvenes. Pero una noche pusieron marimba y violaron a
todas. Yo tengo mucha pena porque ya tengo muchos hijos, ya mataron a algunos,
ya soy casi anciana, ya tengo como 40 años cuando me violaron … Yo cargo mi
nena, jalan mi nena, me sacan a la capilla con otra señora y uno pasa conmigo …
sólo pasó uno conmigo porque yo ya estoy vieja y quieren más a las jóvenes … yo
no puedo olvidar eso, los soldados nos van a matar si nosotras no queremos y yo
tengo que defender la vida de mi hija que está chiquita, pero yo no quiero y el
soldado me abusa … Ellos tienen marimba, hay fiesta, hay tragos, ellos estaban
alegres, nosotros estamos tristes, nosotros lloramos, nosotros queremos morir …
Quería morir, ya no soportaba tanto dolor, tanto sufrimiento mío y de mis
familias, pero me dio fuerzas mi hijita que sólo tenía dos años”.
En el mismo mes se
transfirió a los pobladores retenidos en La Parroquia Lancetillo al
destacamento militar de San Miguel Uspantán: “No nos maltrataron, al
contrario nos cuidaron, pensaron que con eso íbamos a creer que eran buena
gente; jamás; llevamos grabado el dolor, sabemos quiénes son los Ejércitos”. Los niños enfermos fueron
trasladados a un hospital de Guatemala. Entre ellos estaba la hijita Carmen,
que permaneció cuatro meses en el nosocomio. Durante este tiempo su madre tuvo
que mantenerse en Santa Cruz del Quiché. Sólo en noviembre de 1983 el Ejército “me
trajo a mi niñita”, recuerda la madre Juana: a principios de 1984 las dos
fueron llevadas a Santa Catarina.
En
1985 Ramiro se incorporó al EGP: “[tenía 17 años y] me fui con la guerrilla
para proteger a nuestra gente y me dio coraje que mataran mi familia … tengo
odio de todo lo que pasé, más que todo tengo odio al Ejército”. Estuvo
hasta 1991 en el frente Ho Chi Min. “Para mí que ya toda mi familia murió y
sólo tengo dos hermanos, pero en ese tiempo tuve que estar dos o tres años sin
saber nada de ellos, sin saber si están vivos … yo estaba por Nebaj. Cuando
está algo tranquilo, al final del 91 ya me salí y ya quiero buscar noticia de mi
mamá y mis hermanos … Ya quiero buscar mi mujer y ya pienso en los hijos
también … antes no pensaba en mujer, no pensaba en hijos, para qué darles tanto
sufrimiento, para qué vamos a tener niños si se mueren o los matan y siempre
corriendo y creciendo con el miedo, el susto … yo ya pasé eso y ya no quiero
que mis hijos van a ver lo mismo”.
La segunda generación
Felipa y Eduardo,
hijos de Juana Pérez Coc, quienes encontraron refugio en Caja (CPR de la
Sierra), tampoco lograron escapar de la persecución. Sus vidas reproducen el
sufrimiento de su madre.
Felipa se casó con
Diego. Cuando el Ejército arrasó Santa Lucía tenían tres hijos y los tres
fueron ejecutados por miembros de esta institución. Angela y Salvador, de seis
y cuatro años de edad, fueron degollados por los soldados en febrero de 1981
cuando intentaban huir hacia las montañas. Diego, el padre, “…chocó con el
Ejército y dejó tirado a sus dos chiquitos … Los llevaba en un costal y ya no
pudo cargarlos, salió corriendo. Los soldados los mataron con cuchillo…” El tercero fue asesinado un año
después, a los dos años y medio de edad.
Felipa
siguió teniendo hijos porque “su idea es tener más hijos para no morir de
tristeza por el recuerdo de los otros que mató el Ejército”. Ahora tiene cinco.
En 1981 Eduardo se
uniría a Verónica, una mujer “huérfana por la misma guerra”. Tenía una
hija, Ermelina, que murió por los rigores del desplazamiento forzado cuando
sólo tenía cinco meses: “A los catorce días del parto tuvimos que salir
corriendo de San Antonio, no había comadronas … Ella se quedó muy triste cuando
murió el nene y yo también … se quedó muy triste y ya no puede tener más hijos.
Cuando todo es más tranquilo ya podemos tener al Francisco, solamente a él
tenemos”.
Hasta 1992 Eduardo,
Ramiro y Felipa no tuvieron noticias del paradero de su madre y de su hermana
Carmen. En 1992 Ramiro comenzó a hacer averiguaciones y ubicó la casa donde
vivía su mamá en Santa Catarina: “Fui a verla con muchos nervios y muchas
ganas, pero no quiero asustarla porque igual ella piensa que estamos muertos y
le doy mucho susto. Yo me había informado que ella vende tamales. Llegué a la
casa y le compré tamales. No quiero asustarla pero no sé cómo decirle, entonces
sólo le digo: Me conoces, soy tu hijo. Se puso a llorar, a llorar todo el rato.
Luego me dijo: Venite, vamos a vivir todos juntos. Pero ya no podemos vivir
todos juntos y ella tampoco va a venir con nosotros porque tiene su hija y se
juntó con otro hombre. Sólo le di información de los otros vivos … A mi hermana
intentamos explicar, pero ella no quiere saber nada, es una evangélica también,
creció con un señor que era colaborador con el Ejército, está en contra de las
organizaciones populares. Mi hermana no se acuerda de mi papá, dice que su
verdadero papá es su padrastro, y que a saber quién es el papá de nosotros. No
reconoce, no tiene mayor culpa porque así creció, sin ideas”.
A
los pocos meses, Eduardo también fue a ver a su mamá y Felipa lo logró en 1995.
III. DESPUÉS DE LOS
HECHOS
Juana tiene ahora 57
años, y tuvo que aceptar una unión forzada con un patrullero, Luis Sánchez,
hace catorce años: “Los soldados me dijeron que tenía que juntarme con un
señor que me pretendía. El señor estaba en las patrullas, también viudo, y
tiene dos hijos que ya están grandes y no tiene quien le cuide. Yo me pongo a
pensar porque no tengo dónde ir: no tengo casa, no tengo nada, no puedo hacer
otra cosa … El señor era patrullero, es evangélico, él piensa que los soldados
son buenos…”
Carmen
vive con su madre Juana y su padrastro. Se casó con Francisco Cac, también
evangélico; tiene 18 años, un hijo de dos años y otro de dos meses: “Cuando
yo llegué era muy pequeña, sólo tengo tres años, él es mi verdadero papá … así
lo siento … Mi mamá me contó, mis hermanos me contaron pero yo no quiero
conocer la historia, yo soy evangélica … Mis hermanos vienen con ideas que no
son buenas y no me interesan … mi mamá a veces va a reuniones … todo eso no
puede ser bueno, yo no tengo nada que decir, sólo cuidar a mi esposo y a mis
hijos”.
En 1997 Juana pudo
hacer un viaje a las CPR y ver dónde vivían sus hijos: “Sólo cinco días, el
trato eran quince días, pero el hombre [su esposo] llegó por ella a los
cinco días y tuvo que irse … Cuando nacen sus nietos, mi mamá quiere llegar y
el señor no la deja”.
Con la reubicación
de los pobladores de las CPR, los hermanos vuelven a separarse: Eduardo y
Ramiro van a la Costa Sur, Felipa a Puente Seco y Juana continúa viviendo con
su hija Carmen en Santa Catarina.
Para
la familia Tipaz Pérez la guerra tuvo un costo de once vidas humanas (diez
menores de edad), más el padecimiento de torturas, violaciones, traumas
psicológicos ligados a la orfandez, la viudez y la disgregación familiar.
IV. CONCLUSIONES
Atendidos todos los antecedentes y
el contexto general del caso, la CEH llegó a la plena convicción de que los
once miembros de la familia Tipaz Pérez, entre ellos diez menores de edad,
ejecutados arbitrariamente o muertos como consecuencia de la constante
persecución y la destrucción de bienes imprescindibles para la supervivencia,
fueron víctimas de violaciones de derechos humanos cometidas por miembros del
Ejercito de Guatemala y de las Patrullas de Autodefensa Civil.
Igualmente la CEH
llegó a la plena convicción que varios miembros de la familia Tipaz Pérez
fueron torturados y, en el caso de las mujeres, violadas sexualmente por los
mismos agentes, violando gravemente el derecho a la integridad física y moral
de las víctimas.
Asimismo, la CEH
está plenamente convencida del carácter forzado del desplazamiento a que se vio
sometida la familia afectada, lo cual constituye una violación del derecho de
circulación y residencia.
El
caso es ilustrativo de este fenómeno, que afectó a un alto porcentaje de las
inermes poblaciones civiles maya k’iche’ que se refugiaron en la montaña del
norte de San Miguel Uspantán durante los años ochenta, lo cual los obligó a
vivir en condiciones de vida infrahumanas y sometidas a otras violaciones de
derechos humanos y sufrimientos de todo tipo.
Del mismo modo, el
caso ilustra el odio hacia la institución militar que generó en la población
afectada estas graves violaciones a los derechos humanos y, que en algunos
casos, permitió a la insurgencia ganar adeptos.
Fuente:
CEH, Guatemala memoria del silencio.
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