Caso ilustrativo No. 12
Persecución de católicos en Santiago Atitlán
I. ANTECEDENTES
Santiago Atitlán,
situado en las orillas del lago de Atitlán, en el sur oeste del país, es uno de
los 19 municipios del departamento de Sololá. Su población es de mayoría maya
tz’utujil. En los años sesenta, Santiago conservaba sus fuertes tradiciones y
la integridad de su tejido social. Así lo encuentran los sacerdotes
estadounidenses, cuando en marzo de 1964 llegan desde Oklahoma para apoyar a la
parroquia de Santiago Apóstol, a fin de desarrollar el proyecto MICATOKLA
(Misión Católica de Oklahoma), después de casi un siglo de abandono.
En el municipio
atiteco la pobreza era
general. Las escasas fuentes de ingreso de los tz’utujiles de Santiago eran la
actividad agrícola, la pesca, el comercio y la artesanía. Muchos habitantes
migraban a las fincas de algodón de la Costa Sur en la época de la cosecha. Las
condiciones de trabajo de estos emigrantes eran pésimas: salarios escasos,
ninguna higiene, horarios excesivos. “No todos iban a las fincas de la Costa
Sur”, recuerda el hijo de un catequista de la época. “Antes eran más,
pero con la llegada de los curas se bajó, porque empezaron a abrir los ojos e
intentaron abrir otras fuentes de trabajo. Los curas le explican a los
campesinos que los salarios no eran justos”.
Aunque
dieron prioridad al programa litúrgico y de catequesis, los sacerdotes
iniciaron proyectos de desarrollo integral: compraron un terreno en el cantón
Tzanchaj de Santiago, convertido enseguida en una granja experimental; fundaron
la Clínica Santiaguito, la radioemisora La Voz de Atitlán y una cooperativa de fomento y
desarrollo de artesanía. Con la ayuda de la población, fundaron la escuela
elemental Montessori. “En un principio, la Iglesia Católica no manejaba el
discurso de los derechos humanos; decía más bien: ‘Tenemos que buscar el
progreso del bienestar común de la comunidad, en salud, educación, salarios’.
Se trataba de una pastoral social y buscaron de actuar una teología de la
liberación, yo creo, en particular Francis Rother”.
El padre Stanley
Francis Rother, estadounidense de treinta y tres años, se une a sus
compatriotas misioneros en 1968, y demuestra tener una gran energía para luchar
contra la pobreza, la insalubridad, la ignorancia, la incomunicación y el
abandono en que vivía la población tz’utujil.
Los sacerdotes
organizaron y capacitaron a laicos para que los atitecos pudieran hacerse cargo
de la gestión de los proyectos sociales. En 1970 la administración de la radio
pasa a una asociación de laicos, la asociación radiofónica La Voz de
Atitlán. Las cooperativas de pesca, de agricultura, de ahorro y crédito y
de artesanía quedaron también bajo la responsabilidad de sus socios laicos. Se
constituyó la Asociación de Estudiantes Indígenas Santiago Atitlán (ADEISA),
que desarrollaba campañas de alfabetización y apoyó las actividades culturales
del pueblo.
En 1976 el Comité de
Unidad Campesina (CUC) empezó un trabajo de organización de la población,
relacionado con la problemática de la tierra, cuyos ejes se acercan mucho al
contenido de la pastoral social católica.
Son éstos los años
en que el padre Rother, llamado por la población “a Pla’s” (o sea “Francisco”
en Tz’utujil), se apoyó mucho en la red de catequistas que él mismo
capacitó para desarrollar sus servicios pastorales: “Los primeros
catequistas fueron Diego Reanda Sosof, Diego Quic [Ajuchán], Gaspar Culán [Yatás] y José Reanda Sosof”.
A
principios de los años ochenta la Organización del Pueblo en Armas (ORPA) hizo
su primera aparición pública en Santiago. En un pueblo donde la presencia
indígena sobrepasaba el 90%, donde
a los indígenas se les decía: “Indio, ixto (ixto es una burla, ixto es como
decir sucio, coche, es una cosa muy fea, muy vulgar, feísimo para el que
entiende)”, y donde el
reclutamiento forzoso de los tz’utujiles era práctica común, el airado discurso antirracista de
ORPA encontró aceptación inmediata.
En 1980, a pesar de
que las actividades guerrilleras siguen manteniendo un marcado carácter
clandestino, en las casas del pueblo empiezan a aparecer consignas pintadas,
tales como: “El lago es del pueblo, y no de los ricos”, o “queremos justicia y no la
injusticia”.
En respuesta a la
nueva presencia insurgente, en el mismo 1980 “apareció el Ejército aquí.
Venía con catorce camiones, venía con sus cañones, con bastante tropas”, y se instaló en la cancha de fútbol
de la aldea Cerro de Oro (a
pocos kilómetros de Santiago Atitlán). Luego se asentó en la finca Panabaj, en
Pajaibal y Tzanchaj, del
mismo municipio de Santiago Atitlán.
La finca Panabaj era
propiedad de la misión católica y el padre Rother la había rentado a gente del
pueblo necesitada. Justamente, esta finca resulta ser un importante elemento de
discordia entre el misionero estadounidense y los militares. Recién llegado el
Ejército a Santiago Atitlán, el capitán del destacamento hizo una reunión
pública, para pedir apoyo a los atitecos “con la alimentación, con las
necesidades que va a tener el Ejército”. Al padre a Pla’s, en particular, los militares pidieron
autorización para establecer su destacamento en la finca Panabaj: “No
podemos ayudar, no podemos, contesta el misionero, o sea que ya no tenemos
confianza porque la historia del pueblo de Santiago Atitlán, no hay muerte, no
hay violencia. Pero cuatro días de haber llegado el Ejército aquí, dos
desaparecidos. Entonces quiere decir que son ustedes que están secuestrando a
la gente. Esas fueron las palabras del padre Francisco”, recuerda un vecino.
En Santiago Atitlán
la población vivía ya un clima de violencia latente: “Cuando jugábamos a la
lotería había una figura atrás que se llama arpa, mi tío nos prohibía de
pronunciar la palabra ‘arpa’. Decía: ‘Miren, miren ustedes cuando sacan esta
figura ¡no hay que decir ‘arpa’! Mejor decir guitarra dos’, [por] su
similitud con la palabra ORPA. Como éramos patojos le preguntamos a él por qué;
nos contestaba que esta palabra era muy prohibida: ‘Si los ladinos nos escuchan
nos van a meter en la cárcel. Mejor si decimos guitarra dos’, nos decía”.
En
el mes de octubre de 1980 “efectivos de la Policía Nacional y agentes
judiciales llegaron en cuatro camiones, rodearon el edificio de la radioemisora
La Voz de Atitlán y preguntaron por varias personas, mostrando especial
interés por los directores de diversos programas de radio pero, al no
encontrarlos, se retiraron”.
II. LOS HECHOS
El 24 de octubre de
1980 el Ejército tendió un cerco a Santiago Atitlán. Esa noche los soldados
capturaron con violencia suma al director de la radio La Voz de Atitlán, Gaspar
Culán Yatás. “…Como a
las once y media de la noche un montón de soldados rodearon la casa donde
estaba con su mujer y su hija de sólo un año de edad. Golpearon con patadas y
con sus culatas la puerta; cuando ya la iban a botar, la mujer abrió. Diez
soldados entraron y sin hablar nada empezaron disparar sus grandes ametralladoras
sobre la cama en la que está el muchacho; herido lo rastrearon hasta la calle,
y allí le pegaron mucho con patadas y culatazos. El estaba todo desnudo. La
mujer, algo loca, pegaba gritos de miedo y pedía ayuda; los vecinos son miedoso
y sólo asomaron, pero son testigos que subieron el patojo, lleno de sangre, en
un camión que tenían en la calle, como si hubiera sido un chucho o un animal y
no el tranquilo y respetuoso predicador que era”. Junto a Culán, en este mismo año,
desaparecen otras personas cercanas al padre Rother.
En la comunidad se
vive un clima de terror. La población opta por pasar la noche en la Iglesia
Católica y en las 12
capillas evangélicas del pueblo. Muchos pobladores deciden acercarse a estos
oratorios, con la
esperanza de salvarse de la violencia represiva.
El control del
Ejército sobre la población se hace más fuerte, y todas las noches los
militares “…siempre rodeaban la iglesia, … a partir de las seis, a partir de
que entra la obscuridad … ya estaban todos metidos en la iglesia [católica]
y el Ejército detrás hasta por allí a las tres de la mañana, cuatro de la
mañana se retiraba el Ejército”. De
la misma época un poblador recuerda: “…Si hay alguno que camina en las
calles a las siete o a las ocho, pueden agarrarlo y meterlo en el destacamento
del Ejército”.
En 1981 empieza a
circular una “lista negra” de personas vinculadas a la Iglesia Católica. Los primeros en la lista son el
párroco Francisco Stanley Rother y el sacerdote guatemalteco maya kaqchikel,
Pedro Bocel, su asistente.
El 7 de enero de
1981, Diego Quic Ajuchán, catequista muy apreciado por los atitecos, es
secuestrado frente a la iglesia católica por cuatro hombres vestidos de
particular. Nunca más se supo algo de él.
Algunos
meses después, el 23 de julio, desaparece otro catequista: Nicolás Sapalú
Coché. Estaba “en una fiesta de coronación frente a la iglesia católica
cuando un comisionado militar se acercó a él con un grupo de militares, y le
señaló. Lo agarraron, lo metieron en una lona y lo subieron a un carro”. El mismo testigo recuerda que otro
catequista, “[Salvador] Sisay Sapalú, fue secuestrado en el mismo momento”.
El padre Francisco
Stanley Rother
El padre Rother y su
asistente, el sacerdote guatemalteco Pedro Bocel, se convirtieron cada vez más
en destinatarios de graves amenazas. Por
eso, en enero 1981 se desplazan a la capital y luego a Oklahoma. Pero Francisco
Stanley Rother regresa a Santiago Atitlán en abril de 1981.
El 25 de julio, “en
el mero día de la fiesta de Santiago … el Ejército quería reclutar la gente
para el cuartel, recuerda un atiteco, el padre Francisco defendió a nuestros
derechos … y amontonó a la gente en la iglesia y cerró las puertas; que no le
dio permiso de entrar al Ejército ni a los comisionados”. Eran las seis de
la tarde, después de la misa: dentro del templo de Santiago Apóstol se quedaron
como 600 jóvenes. Ninguno fue reclutado.
La noche
del 27 de julio de 1981, el párroco, que cambiaba constantemente de lugar por
temor a que se cumplieran las amenazas, se acostó en la sala, en el primer piso
de su domicilio. Francisco
Bocel Cumez, quien vivía
en la misma casa de Rother, recuerda que, como a la medianoche “…tres
individuos desconocidos con el rostro tapado con gorros de color negro, le
tocaron la puerta … El se levantó y abrió … Estos individuos desconocidos le
apuntaron con armas de fuego y, bajo amenazas, le hicieron que fueraa
enseñarles dónde dormía el sacerdote. Él fue, y tocó a la puerta”. El padre Stanley se levanta y abre
la puerta. Al joven
jardinero los tres hombres, “dos como de la estatura del sacerdote, y de
grueso similar”, el
tercero “alto y grueso”, le
ordenan “que se fuera para su cuarto y él con miedo, se fue a encerrarse”. Pasan algunos minutos y Francisco
escucha dos disparos en el cuarto del misionero. Los tres individuos
abandonaron la casa dejando muerto a Francisco Stanley Rother, con un balazo en
la sien, otro en la quijada y con equimosis en el tórax y en el rostro. Ya era
el 28 de julio de 1981, poco después de la media noche.
La radioemisora La
Voz de Atitlán
A finales de 1980,
después de la desaparición forzada de su director, Gaspar Culán Yatás, la radio
La Voz de Atitlán acentúa la línea pastoral seguida por el padre
Francisco Stanley Rother. En las filas de sus locutores aparecen muchos
catequistas o sencillos católicos comprometidos.
En el mismo año, al
poco tiempo de designar al sucesor del director secuestrado, la radio es objeto
de una nueva agresión: “Nos llevaron lámparas, nos robaron grabadoras,
máquinas de escribir, mimeógrafos, dictos y todo, todo lo que es … material de
radio. Nos dejaron totalmente sin nada … Vino un camión del Ejército a media
noche”.
Privada de las herramientas
básicas para seguir funcionando, sobre la radio atiteca cae el silencio. Muchos
de los locutores, atemorizados, abandonan Santiago: “La junta directiva
también huyó y se fueron a la capital o a Antigua Guatemala”.
En algunos casos la
huida no se revela medida suficiente para salvar la vida. En noviembre de 1980, “un día martes o
miércoles a las diez de la mañana fueron sacados cuatro compañeros … [que
habían encontrado refugio en Antigua] Nunca más reaparecieron”, con la excepción de uno: “Ya todo
quemado, los dedos, todo su cuerpo quemados así, todo, todo ya quemado así en
pedacitos en el cuerpo, los dedos, la mitad, todas esas cositas, … fue
torturado”. Así
encontraron el cadáver de Diego Sosof Alvarado. Los otros tres se llamaban: Nicolás Tziná Razán, Esteban
Ajtzip Rianda, Juan Pacay Rujuch. Nunca reaparecieron.
A
pesar de los duros golpes recibidos, la asociación La Voz de Atitlán no
se daba por vencida. En noviembre de 1981, la radioemisora es el núcleo del
interés de los medios de comunicación de Guatemala. En una rueda de prensa, los
militares presentaron públicamente a 300 “subversivos” que se habían “entregado”
a las autoridades. Entre
ellos, hay locutores de La Voz de Atitlán.
“Todos los miembros de la asociación fueron llamados y fueron presentados
… en estos grupos se fue también Felipe.
Estuvo por … 15 días dentro del destacamento … me dijeron de que
fue por … preguntarle su involucramiento en el conflicto, o su pertenencia a la
organización revolucionaria, cosa que él siempre lo negó.… Entonces, juntamente
a sus compañeros, ellos fueron prácticamente obligados a pertenecer y formar
parte de los grupos colaboradores del Ejército, que en este tiempo llamaban
comisionados militares, o ser un informador secreto del Ejército”.
Obligados a reconocerse
como “subversivos” e integrarse a las filas militares, la mayoría de los
locutores tuvo que aceptar la realización de servicios, como comisionados o
informadores del Ejército. Como “premio”, La Voz de Atitlán volvió a las
ondas con la autorización del Ministerio de la Defensa Nacional, firmada por el
general Oscar Humberto Mejía Víctores, viceministro encargado del despacho, el
14 de abril de 1982.
Unos meses después
el locutor Felipe Vásquez Tuiz es capturado y desaparece. Junto a otros cuatro miembros
de la junta directiva había rechazado colaborar con el Ejército. Había tenido
que abandonar Santiago y, cuando volvió, “delante de sus compañeros [fue]
detenido en la sede de la misma Voz Atitlán”, por los mismos soldados que luego lo
desaparecieron, el 7 de julio del 82, sin dejar huellas.
III. DESPUÉS
En Santiago Atitlán
continuaron las desapariciones y los asesinatos de animadores y catequistas de
la Iglesia Católica, hasta
que el destacamento militar de Panabaj, como consecuencia de la masacre de
trece personas civiles el 2 de diciembre 1990 se retira.
Del asesinato de
Francis Stanley Rother fueron acusados tres civiles. Sin embargo, ya en
septiembre de 1981, “el embajador de los Estados Unidos habló de este caso
con el ministro del Interior, quien manifestó su opinión que los hombres
arrestados no eran culpables”. Además
“Francisco Bocel, [jardinero], manifestó que tres hombres altos
vestidos de civiles y pasamontañas, preguntaron dónde estaba padre Francisco.
Los hombres … hablaban castellano y eran ‘ladinos’ (no Indígenas)”. En el mismo documento se afirma que “elementos
de las Fuerzas de Seguridad de Guatemala hubieran podido ser involucrados en la
muerte de padre Rother. Sin duda, oficiales del Ejército, por ineptitud o
intencionalmente, ni brindaron algunas evidencias a la Corte o a otras
investigaciones del caso”.
Sobre el arresto de
los tres hombres los detalles no son claros. Fueron detenidos por la Policía
Nacional de la capital, que se enteró del asesinato del sacerdote a través de un
diario nacional. Para practicar su captura, no hubo coordinación con la
subestación de la PN de Santiago Atitlán y tampoco con el Juzgado de Primera
Instancia, competente para entender sobre las investigaciones.
En sólo
dos días los agentes de la
PN lograron reconstruir los hechos e identificar a los responsables, y “al
ser interrogados, los hoy consignados reconocen el hecho”. Los sospechosos, dos agricultores y
un comerciante “se pusieron de acuerdo con el jardinero Francisco Bocel
Cumez, y penetraron a la parroquia con el propósito de robar el dinero al
párroco, pero sin intenciones de matarlo; pero al ser sorprendidos por el
párroco” le
dispararon. La versión no sería confirmada por ninguno de los acusados en el
curso del proceso. De dos de ellos se conoce que tienen modesta estatura, mientras que los asesinos fueron
descritos de grueso similar al sacerdote y altos. Sin embargo, los tres fueron condenados el 29 de enero de
1982 por el Juzgado de Primera Instancia de Sololá, sin que los investigadores
policiales señalaran cómo llegaron a esclarecer el hecho.
El 17 de mayo de
1982, la Sala Novena de la Corte de Apelaciones absolvió a los tres acusados.
El asesinato del
padre Rother y las desapariciones y asesinatos de catequistas y monitores de
Santiago Atitlán permanecen
hasta el día de hoy, sumidos en una absoluta impunidad.
IV. CONCLUSIONES
Analizando todos los
antecedentes, provenientes de múltiples fuentes, la CEH concluye que a partir
de 1980, en el pueblo de Santiago Atitlán, el Ejército de Guatemala desarrolló
una serie de actos contra líderes de la Iglesia Católica, los cuales
consistieron en violaciones de derechos humanos, tales como ejecuciones
arbitrarias, desapariciones forzadas y atentados a la libertad de expresión.
En virtud que la
mayor parte de esas violaciones de derechos humanos se encuentran, hasta la
fecha, en total impunidad, la CEH establece que el Estado de Guatemala ha
infringido, a su respecto, el deber de investigar los hechos y sancionar a los
responsables.
La CEH considera que esta serie de
hechos violatorios de derechos humanos es ilustrativo de la identificación que,
con el enemigo, hizo el Ejército de determinados agentes de la Iglesia
Católica, al estimar que su pastoral social favorecía políticamente a la
insurgencia.
Fuente:
CEH, Guatemala memoria del silencio.
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