sábado, 28 de julio de 2012

Persecución de católicos en Santiago Atitlán



Caso ilustrativo No. 12
Persecución de católicos en Santiago Atitlán

I. ANTECEDENTES
Santiago Atitlán, situado en las orillas del lago de Atitlán, en el sur oeste del país, es uno de los 19 municipios del departamento de Sololá. Su población es de mayoría maya tz’utujil. En los años sesenta, Santiago conservaba sus fuertes tradiciones y la integridad de su tejido social. Así lo encuentran los sacerdotes estadounidenses, cuando en marzo de 1964 llegan desde Oklahoma para apoyar a la parroquia de Santiago Apóstol, a fin de desarrollar el proyecto MICATOKLA (Misión Católica de Oklahoma), después de casi un siglo de abandono.
En el municipio atiteco la pobreza era general. Las escasas fuentes de ingreso de los tz’utujiles de Santiago eran la actividad agrícola, la pesca, el comercio y la artesanía. Muchos habitantes migraban a las fincas de algodón de la Costa Sur en la época de la cosecha. Las condiciones de trabajo de estos emigrantes eran pésimas: salarios escasos, ninguna higiene, horarios excesivos. “No todos iban a las fincas de la Costa Sur”, recuerda el hijo de un catequista de la época. “Antes eran más, pero con la llegada de los curas se bajó, porque empezaron a abrir los ojos e intentaron abrir otras fuentes de trabajo. Los curas le explican a los campesinos que los salarios no eran justos”.
Aunque dieron prioridad al programa litúrgico y de catequesis, los sacerdotes iniciaron proyectos de desarrollo integral: compraron un terreno en el cantón Tzanchaj de Santiago, convertido enseguida en una granja experimental; fundaron la Clínica Santiaguito, la radioemisora La Voz de Atitlán y una cooperativa de fomento y desarrollo de artesanía. Con la ayuda de la población, fundaron la escuela elemental Montessori. “En un principio, la Iglesia Católica no manejaba el discurso de los derechos humanos; decía más bien: ‘Tenemos que buscar el progreso del bienestar común de la comunidad, en salud, educación, salarios’. Se trataba de una pastoral social y buscaron de actuar una teología de la liberación, yo creo, en particular Francis Rother”.
El padre Stanley Francis Rother, estadounidense de treinta y tres años, se une a sus compatriotas misioneros en 1968, y demuestra tener una gran energía para luchar contra la pobreza, la insalubridad, la ignorancia, la incomunicación y el abandono en que vivía la población tz’utujil.
Los sacerdotes organizaron y capacitaron a laicos para que los atitecos pudieran hacerse cargo de la gestión de los proyectos sociales. En 1970 la administración de la radio pasa a una asociación de laicos, la asociación radiofónica La Voz de Atitlán. Las cooperativas de pesca, de agricultura, de ahorro y crédito y de artesanía quedaron también bajo la responsabilidad de sus socios laicos. Se constituyó la Asociación de Estudiantes Indígenas Santiago Atitlán (ADEISA), que desarrollaba campañas de alfabetización y apoyó las actividades culturales del pueblo.
En 1976 el Comité de Unidad Campesina (CUC) empezó un trabajo de organización de la población, relacionado con la problemática de la tierra, cuyos ejes se acercan mucho al contenido de la pastoral social católica.
Son éstos los años en que el padre Rother, llamado por la población “a Pla’s” (o sea “Francisco” en Tz’utujil), se apoyó mucho en la red de catequistas que él mismo capacitó para desarrollar sus servicios pastorales: “Los primeros catequistas fueron Diego Reanda Sosof, Diego Quic [Ajuchán], Gaspar Culán [Yatás] y José Reanda Sosof”.
A principios de los años ochenta la Organización del Pueblo en Armas (ORPA) hizo su primera aparición pública en Santiago. En un pueblo donde la presencia indígena sobrepasaba el 90%, donde a los indígenas se les decía: “Indio, ixto (ixto es una burla, ixto es como decir sucio, coche, es una cosa muy fea, muy vulgar, feísimo para el que entiende)”, y donde el reclutamiento forzoso de los tz’utujiles era práctica común, el airado discurso antirracista de ORPA encontró aceptación inmediata.
En 1980, a pesar de que las actividades guerrilleras siguen manteniendo un marcado carácter clandestino, en las casas del pueblo empiezan a aparecer consignas pintadas, tales como: “El lago es del pueblo, y no de los ricos”, o “queremos justicia y no la injusticia”.
En respuesta a la nueva presencia insurgente, en el mismo 1980 “apareció el Ejército aquí. Venía con catorce camiones, venía con sus cañones, con bastante tropas”, y se instaló en la cancha de fútbol de la aldea Cerro de Oro (a pocos kilómetros de Santiago Atitlán). Luego se asentó en la finca Panabaj, en Pajaibal y Tzanchaj, del mismo municipio de Santiago Atitlán.
La finca Panabaj era propiedad de la misión católica y el padre Rother la había rentado a gente del pueblo necesitada. Justamente, esta finca resulta ser un importante elemento de discordia entre el misionero estadounidense y los militares. Recién llegado el Ejército a Santiago Atitlán, el capitán del destacamento hizo una reunión pública, para pedir apoyo a los atitecos “con la alimentación, con las necesidades que va a tener el Ejército”. Al padre a Pla’s, en particular, los militares pidieron autorización para establecer su destacamento en la finca Panabaj: “No podemos ayudar, no podemos, contesta el misionero, o sea que ya no tenemos confianza porque la historia del pueblo de Santiago Atitlán, no hay muerte, no hay violencia. Pero cuatro días de haber llegado el Ejército aquí, dos desaparecidos. Entonces quiere decir que son ustedes que están secuestrando a la gente. Esas fueron las palabras del padre Francisco”, recuerda un vecino.
En Santiago Atitlán la población vivía ya un clima de violencia latente: “Cuando jugábamos a la lotería había una figura atrás que se llama arpa, mi tío nos prohibía de pronunciar la palabra ‘arpa’. Decía: ‘Miren, miren ustedes cuando sacan esta figura ¡no hay que decir ‘arpa’! Mejor decir guitarra dos’, [por] su similitud con la palabra ORPA. Como éramos patojos le preguntamos a él por qué; nos contestaba que esta palabra era muy prohibida: ‘Si los ladinos nos escuchan nos van a meter en la cárcel. Mejor si decimos guitarra dos’, nos decía”.
En el mes de octubre de 1980 “efectivos de la Policía Nacional y agentes judiciales llegaron en cuatro camiones, rodearon el edificio de la radioemisora La Voz de Atitlán y preguntaron por varias personas, mostrando especial interés por los directores de diversos programas de radio pero, al no encontrarlos, se retiraron”.

II. LOS HECHOS
El 24 de octubre de 1980 el Ejército tendió un cerco a Santiago Atitlán. Esa noche los soldados capturaron con violencia suma al director de la radio La Voz de Atitlán, Gaspar Culán Yatás. “…Como a las once y media de la noche un montón de soldados rodearon la casa donde estaba con su mujer y su hija de sólo un año de edad. Golpearon con patadas y con sus culatas la puerta; cuando ya la iban a botar, la mujer abrió. Diez soldados entraron y sin hablar nada empezaron disparar sus grandes ametralladoras sobre la cama en la que está el muchacho; herido lo rastrearon hasta la calle, y allí le pegaron mucho con patadas y culatazos. El estaba todo desnudo. La mujer, algo loca, pegaba gritos de miedo y pedía ayuda; los vecinos son miedoso y sólo asomaron, pero son testigos que subieron el patojo, lleno de sangre, en un camión que tenían en la calle, como si hubiera sido un chucho o un animal y no el tranquilo y respetuoso predicador que era”. Junto a Culán, en este mismo año, desaparecen otras personas cercanas al padre Rother.
En la comunidad se vive un clima de terror. La población opta por pasar la noche en la Iglesia Católica y en las 12 capillas evangélicas del pueblo. Muchos pobladores deciden acercarse a estos oratorios, con la esperanza de salvarse de la violencia represiva.
El control del Ejército sobre la población se hace más fuerte, y todas las noches los militares “…siempre rodeaban la iglesia, … a partir de las seis, a partir de que entra la obscuridad … ya estaban todos metidos en la iglesia [católica] y el Ejército detrás hasta por allí a las tres de la mañana, cuatro de la mañana se retiraba el Ejército”. De la misma época un poblador recuerda: “…Si hay alguno que camina en las calles a las siete o a las ocho, pueden agarrarlo y meterlo en el destacamento del Ejército”.
En 1981 empieza a circular una “lista negra” de personas vinculadas a la Iglesia Católica. Los primeros en la lista son el párroco Francisco Stanley Rother y el sacerdote guatemalteco maya kaqchikel, Pedro Bocel, su asistente.
El 7 de enero de 1981, Diego Quic Ajuchán, catequista muy apreciado por los atitecos, es secuestrado frente a la iglesia católica por cuatro hombres vestidos de particular. Nunca más se supo algo de él.
Algunos meses después, el 23 de julio, desaparece otro catequista: Nicolás Sapalú Coché. Estaba “en una fiesta de coronación frente a la iglesia católica cuando un comisionado militar se acercó a él con un grupo de militares, y le señaló. Lo agarraron, lo metieron en una lona y lo subieron a un carro”. El mismo testigo recuerda que otro catequista, “[Salvador] Sisay Sapalú, fue secuestrado en el mismo momento”.
El padre Francisco Stanley Rother
El padre Rother y su asistente, el sacerdote guatemalteco Pedro Bocel, se convirtieron cada vez más en destinatarios de graves amenazas. Por eso, en enero 1981 se desplazan a la capital y luego a Oklahoma. Pero Francisco Stanley Rother regresa a Santiago Atitlán en abril de 1981.
El 25 de julio, “en el mero día de la fiesta de Santiago … el Ejército quería reclutar la gente para el cuartel, recuerda un atiteco, el padre Francisco defendió a nuestros derechos … y amontonó a la gente en la iglesia y cerró las puertas; que no le dio permiso de entrar al Ejército ni a los comisionados”. Eran las seis de la tarde, después de la misa: dentro del templo de Santiago Apóstol se quedaron como 600 jóvenes. Ninguno fue reclutado.
La noche del 27 de julio de 1981, el párroco, que cambiaba constantemente de lugar por temor a que se cumplieran las amenazas, se acostó en la sala, en el primer piso de su domicilio. Francisco Bocel Cumez, quien vivía en la misma casa de Rother, recuerda que, como a la medianoche “…tres individuos desconocidos con el rostro tapado con gorros de color negro, le tocaron la puerta … El se levantó y abrió … Estos individuos desconocidos le apuntaron con armas de fuego y, bajo amenazas, le hicieron que fueraa enseñarles dónde dormía el sacerdote. Él fue, y tocó a la puerta”. El padre Stanley se levanta y abre la puerta. Al joven jardinero los tres hombres, “dos como de la estatura del sacerdote, y de grueso similar”, el tercero “alto y grueso”, le ordenan “que se fuera para su cuarto y él con miedo, se fue a encerrarse”. Pasan algunos minutos y Francisco escucha dos disparos en el cuarto del misionero. Los tres individuos abandonaron la casa dejando muerto a Francisco Stanley Rother, con un balazo en la sien, otro en la quijada y con equimosis en el tórax y en el rostro. Ya era el 28 de julio de 1981, poco después de la media noche.
La radioemisora La Voz de Atitlán
A finales de 1980, después de la desaparición forzada de su director, Gaspar Culán Yatás, la radio La Voz de Atitlán acentúa la línea pastoral seguida por el padre Francisco Stanley Rother. En las filas de sus locutores aparecen muchos catequistas o sencillos católicos comprometidos.
En el mismo año, al poco tiempo de designar al sucesor del director secuestrado, la radio es objeto de una nueva agresión: “Nos llevaron lámparas, nos robaron grabadoras, máquinas de escribir, mimeógrafos, dictos y todo, todo lo que es … material de radio. Nos dejaron totalmente sin nada … Vino un camión del Ejército a media noche”.
Privada de las herramientas básicas para seguir funcionando, sobre la radio atiteca cae el silencio. Muchos de los locutores, atemorizados, abandonan Santiago: “La junta directiva también huyó y se fueron a la capital o a Antigua Guatemala”.
En algunos casos la huida no se revela medida suficiente para salvar la vida. En noviembre de 1980, “un día martes o miércoles a las diez de la mañana fueron sacados cuatro compañeros … [que habían encontrado refugio en Antigua] Nunca más reaparecieron”, con la excepción de uno: “Ya todo quemado, los dedos, todo su cuerpo quemados así, todo, todo ya quemado así en pedacitos en el cuerpo, los dedos, la mitad, todas esas cositas, … fue torturado”. Así encontraron el cadáver de Diego Sosof Alvarado. Los otros tres se llamaban: Nicolás Tziná Razán, Esteban Ajtzip Rianda, Juan Pacay Rujuch. Nunca reaparecieron.
A pesar de los duros golpes recibidos, la asociación La Voz de Atitlán no se daba por vencida. En noviembre de 1981, la radioemisora es el núcleo del interés de los medios de comunicación de Guatemala. En una rueda de prensa, los militares presentaron públicamente a 300 “subversivos” que se habían “entregado” a las autoridades. Entre ellos, hay locutores de La Voz de Atitlán.
“Todos los miembros de la asociación fueron llamados y fueron presentados … en estos grupos se fue también Felipe. Estuvo por … 15 días dentro del destacamento … me dijeron de que fue por … preguntarle su involucramiento en el conflicto, o su pertenencia a la organización revolucionaria, cosa que él siempre lo negó.… Entonces, juntamente a sus compañeros, ellos fueron prácticamente obligados a pertenecer y formar parte de los grupos colaboradores del Ejército, que en este tiempo llamaban comisionados militares, o ser un informador secreto del Ejército”.
Obligados a reconocerse como “subversivos” e integrarse a las filas militares, la mayoría de los locutores tuvo que aceptar la realización de servicios, como comisionados o informadores del Ejército. Como “premio”, La Voz de Atitlán volvió a las ondas con la autorización del Ministerio de la Defensa Nacional, firmada por el general Oscar Humberto Mejía Víctores, viceministro encargado del despacho, el 14 de abril de 1982.
Unos meses después el locutor Felipe Vásquez Tuiz es capturado y desaparece. Junto a otros cuatro miembros de la junta directiva había rechazado colaborar con el Ejército. Había tenido que abandonar Santiago y, cuando volvió, “delante de sus compañeros [fue] detenido en la sede de la misma Voz Atitlán”, por los mismos soldados que luego lo desaparecieron, el 7 de julio del 82, sin dejar huellas.

III. DESPUÉS
En Santiago Atitlán continuaron las desapariciones y los asesinatos de animadores y catequistas de la Iglesia Católica, hasta que el destacamento militar de Panabaj, como consecuencia de la masacre de trece personas civiles el 2 de diciembre 1990 se retira.
Del asesinato de Francis Stanley Rother fueron acusados tres civiles. Sin embargo, ya en septiembre de 1981, “el embajador de los Estados Unidos habló de este caso con el ministro del Interior, quien manifestó su opinión que los hombres arrestados no eran culpables”. Además “Francisco Bocel, [jardinero], manifestó que tres hombres altos vestidos de civiles y pasamontañas, preguntaron dónde estaba padre Francisco. Los hombres … hablaban castellano y eran ‘ladinos’ (no Indígenas)”. En el mismo documento se afirma que “elementos de las Fuerzas de Seguridad de Guatemala hubieran podido ser involucrados en la muerte de padre Rother. Sin duda, oficiales del Ejército, por ineptitud o intencionalmente, ni brindaron algunas evidencias a la Corte o a otras investigaciones del caso”.
Sobre el arresto de los tres hombres los detalles no son claros. Fueron detenidos por la Policía Nacional de la capital, que se enteró del asesinato del sacerdote a través de un diario nacional. Para practicar su captura, no hubo coordinación con la subestación de la PN de Santiago Atitlán y tampoco con el Juzgado de Primera Instancia, competente para entender sobre las investigaciones.
En sólo dos días los agentes de la PN lograron reconstruir los hechos e identificar a los responsables, y “al ser interrogados, los hoy consignados reconocen el hecho”. Los sospechosos, dos agricultores y un comerciante “se pusieron de acuerdo con el jardinero Francisco Bocel Cumez, y penetraron a la parroquia con el propósito de robar el dinero al párroco, pero sin intenciones de matarlo; pero al ser sorprendidos por el párroco le dispararon. La versión no sería confirmada por ninguno de los acusados en el curso del proceso. De dos de ellos se conoce que tienen modesta estatura, mientras que los asesinos fueron descritos de grueso similar al sacerdote y altos. Sin embargo, los tres fueron condenados el 29 de enero de 1982 por el Juzgado de Primera Instancia de Sololá, sin que los investigadores policiales señalaran cómo llegaron a esclarecer el hecho.
El 17 de mayo de 1982, la Sala Novena de la Corte de Apelaciones absolvió a los tres acusados.
El asesinato del padre Rother y las desapariciones y asesinatos de catequistas y monitores de Santiago Atitlán permanecen hasta el día de hoy, sumidos en una absoluta impunidad.

IV. CONCLUSIONES
Analizando todos los antecedentes, provenientes de múltiples fuentes, la CEH concluye que a partir de 1980, en el pueblo de Santiago Atitlán, el Ejército de Guatemala desarrolló una serie de actos contra líderes de la Iglesia Católica, los cuales consistieron en violaciones de derechos humanos, tales como ejecuciones arbitrarias, desapariciones forzadas y atentados a la libertad de expresión.
En virtud que la mayor parte de esas violaciones de derechos humanos se encuentran, hasta la fecha, en total impunidad, la CEH establece que el Estado de Guatemala ha infringido, a su respecto, el deber de investigar los hechos y sancionar a los responsables.
La CEH considera que esta serie de hechos violatorios de derechos humanos es ilustrativo de la identificación que, con el enemigo, hizo el Ejército de determinados agentes de la Iglesia Católica, al estimar que su pastoral social favorecía políticamente a la insurgencia.


Fuente: CEH, Guatemala memoria del silencio.

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