Caso ilustrativo No. 98
Privación arbitraria
de libertad y tortura de Emeterio Toj Medrano
“Después de aquellas
terribles torturas, me enchacharon las manos hacia atrás y también me
enchacharon los pies, y con otro par de chachas juntaron mis manos con mis pies hacia atrás … seguido me
amarraron un lazo a la chacha que servía de unión entre mis manos y mis pies, y
así me introdujeron a un horno”.
I. ANTECEDENTES
Desde la década de
los sesenta, Emeterio Toj Medrano se distinguió como dirigente del movimiento
cooperativo. Se vinculó también a la Acción Católica de Quiché, donde ocupó
cargos de dirección. Esta actividad, a la que se dedicó de lleno, le permitió
participar en grupos de discusión y conocer el movimiento social. Trabajó como
locutor para la radio católica Quiché, dirigiendo los mensajes en lengua
k’iche’, por lo que su voz se hizo conocida para los oyentes que comenzaron a identificarlo
como voz líder. Al concluir la década se afilió a la Democracia Cristiana, que
impulsaba el cooperativismo. En 1974, tras las acusaciones que señalan a este
partido como responsable de avalar el “fraude electoral”, abandona sus
filas.
A finales de los
setenta y principio de los ochenta la violencia aumenta en Guatemala. Por una
parte, la protesta social se acrecienta y las organizaciones guerrilleras se
fortalecen. Por otra, el Gobierno reprime a la población urbana y rural, sobre
todo la del Altiplano, que considera apoyo a la insurgencia.
En
1978 sale a la luz pública el Comité de Unidad Campesina (CUC). Emeterio Toj
Medrano es uno de sus principales impulsores. Debido a esta actividad, tanto él
como su familia comienzan a recibir amenazas de muerte: “A finales de los
setenta es cuando empezamos a recibir amenazas de muerte …; el Ejército Secreto
Anticomunista … [elaboraba] volantes … donde decían que para todos los
comunistas los días estaban contados …; también empezó la persecución directa”. En este momento, Emeterio Toj ya
había establecido una relación de adhesión política al EGP.
Por esta razón, a
principios de 1981 Toj sale de Santa Cruz junto a su familia y se traslada a
Quetzaltenango; allí vivirían en la clandestinidad: “Mi mamá se tuvo que
cambiar la ropa, incluso ya no hablábamos nuestro idioma … sólo en español …;
empezamos a vender fruta para sobrevivir”. Por razones de seguridad, continuamente debían cambiar de
residencia. Así, además de Quetzaltenango, residieron en Chimaltenango, Antigua
Guatemala y San Antonio Aguas Calientes.
Por esa época
corrieron igual suerte numerosas familias, que huían de la violencia en los
departamentos de Quiché, Huehuetenango, Chimaltenango, Sacatepéquez, Sololá,
Totonicapán, Alta y Baja Verapaz y Petén. Toj ayudó al reasentamiento de estas
familias desplazadas.
II. LOS HECHOS
El 4 de julio de
1981, Emeterio Toj se trasladó desde Llanos de Urbina, Cantel, a
Quetzaltenango, en compañía de uno de sus hijos y de un sobrino. Debía realizar
unas compras para la familia y localizar a una persona que lo apoyaría en un
proyecto de reasentar a una familia desplazada de Quiché.
Ya en
Quetzaltenango, realizan algunas compras, hallan a la persona que buscaban y
deciden acudir juntos a recoger unos cassettes a un negocio, cuando notan que
les siguen: “Alguien nos detectó y nos siguió. Nosotros tratamos de
despistarlo. Ese alguien es un hombre … de Santa Cruz del Quiché”.
Como
a las cuatro y media o cuatro cuarenticinco de la tarde se dirigían a abordar
el bus que los trasladaría a su hogar, cuando son interceptados por varios
hombres vestidos de civil, en la acera del costado norte de la catedral
quetzalteca. “Mi tío venía algo rápido y con mi primo veníamos jugando en
las calles, cuando de repente en la esquina llega un carro … con vidrios
polarizados … vi cuatro hombres … un tipo alto se viene directo a mi tío … le
retuerce el brazo y se lo lleva … pensé que era un asalto”. Emeterio trata de oponerse, pero es
en vano:
“Me encañonaron en la cabeza y en la espalda, al tiempo que me
doblaron los brazos hacia atrás … me llevaban casi arrastrado y al momento de
atravesar la avenida, apareció un carro con las portezuelas abiertas … y con
violencia me introdujeron a él; me tiraron al piso e inmediatamente me enchacharon
las manos hacia atrás”.
El hijo y el sobrino
de Emeterio, al darse cuenta de que se trataba de un secuestro, corren en
direcciones opuestas. Uno de ellos es perseguido por el mismo hombre que
introdujo a su pariente en el vehículo, pero logra escapar: “Empecé a correr
… la gente se quedó ahí estática, sorprendida de lo que estaba pasando … por
suerte una camioneta iba arrancando para Pacajá … y logré colgarme”.
Minutos después,
Emeterio se encuentra en un servicio sanitario del Primer Cuerpo de la Policía
Nacional de Quetzaltenango, sentado sobre el piso mojado, las manos siempre
esposadas a la espalda.
El detenido no sabe
qué suerte han corrido su hijo y sobrino, pero éstos habían logrado llegar
junto al resto de la familia, a quienes dan la noticia del secuestro. Todos
acuerdan dejar en seguida, la casa, salir en dos grupos y tomar rumbos
distintos.
Mientras tanto, dos
o tres horas después que los capturasen, Emeterio es sometido al primer
interrogatorio, durante el cual no dejó de recibir golpes y puñetazos. Quedará
hasta el día siguiente, tirado en el piso y esposado dentro del sanitario que
utilizan con gran frecuencia los policías.
Vuelven a
interrogarlo. Le hacen las mismas preguntas, y lo mantienen tirado en el piso;
lo golpean y le ponen la capucha. Por la noche lo trasladan al cuartel de la
zona militar de Quetzaltenango, donde lo interrogan sin interrupción hasta las
seis de la mañana del nuevo día: “Las primeras cuarenta y ocho horas estuve
en Quetzaltenango bajo terribles torturas, tanto en el edificio de la Policía
Nacional como en el cuartel … me fueron a decir que capturaron a mi familia eso
agravó el dolor psicológico y moral”.
Dirigía el interrogatorio un coronel, un hombre “alto de ojos
azules”. Luego dejaron a Emeterio esposado al piso, en un calabozo donde
están otros detenidos que no conoce ni lo conocen.
El 6 de julio es
trasladado al cuartel de Huehuetenango. Allí lo interroga otro coronel. En esta
ocasión lo esposan de manos y pies, uniendo ambas esposas a la parte posterior
del cuerpo, e introducen todo su cuerpo en un horno de pan acondicionado como
calabozo. “Golpes, toques eléctricos, hambre, sed, sueño … amarrado de pies
y manos hacia atrás … me jalaban y introducían empujándome con un palo …;
durante aquellos días en el horno busqué la muerte”. También le inyectaron drogas para
obtener más información.
A los seis
o siete días de tenerlo en aquella postura, que le causaba tremendos dolores,
lo sacan del horno y un oficial le dice: “El CUC y la Universidad te están
reclamando … Ya sospechábamos que eras del CUC … tus mismos compañeros han
confirmado que sos uno de los fundadores”.
A la tortura física
agregan la psicológica, pues le dicen que han capturado a su esposa e hijos y
que ya los tenían en el cuartel: “Delante de vos … a todos los vamos a ir
quebrando poco a poco”.
El 19 de julio lo
hacen bañar, limpian su cara desfigurada y las heridas que supuran, le
proporcionan ropa verde olivo y lo trasladan en avión al aeropuerto La Aurora y
de aquí a la base militar contigua al mismo, donde permanece hasta el 22 o el
23 de julio, atado de manos y pies a una cama. Allí es interrogado a diario,
sobre asuntos que se repiten: identidad de algunas personas, actividades que
realiza, actividades de algunos sacerdotes y personas ligadas a la Iglesia
Católica, un viaje que hizo a Europa, sus contactos.
El 25 es trasladado
de celda, dentro del mismo cuartel. “Habían siete u ocho personas; cinco
capturadas en las casas que habían caído días antes en la capital”. Las heridas que le han ocasionado
las esposas y otras surgidas a consecuencia de las torturas están infectadas y
despiden mal olor: “El oficial ordenó que me sentaran … mi cuerpo no podía
sostenerse y nuevamente caí al suelo … por lo que así tirado me empezó a
interrogar”.
El 28 es llevado al
Agrupamiento Táctico de la Fuerza Armada y se le deposita en una celda junto a
varios detenidos, incluidas dos mujeres jóvenes. En este nuevo calabozo recibe
la visita de un coronel, para “platicar”. En otros dos interrogatorios
los militares muestran a Emeterio diversas fotografías, con intención de que
reconozca a las personas retratadas.
Durante esos días
permanece en la misma celda junto a los que fueron trasladados con él. Al ver
el daño que le ocasionan las esposas, le piden al oficial que llega a verlos
que se las quiten, a lo que éste accede durante breves momentos. “Aquellos
minúsculos logros alentaban la esperanza de la fuga”.
El
8 o 9 de agosto conducen a Emeterio al Cuartel General de Santa Cruz del
Quiché. Llegan a mediodía, pero lo mantienen en el interior del vehículo hasta
la tarde. Después de permanecer varios días en ese lugar lo vuelven a
trasladar, esta vez al cuartel que está cerca de la Iglesia del Calvario,
siempre en Santa Cruz, donde escucha nombrar a líderes campesinos a varios
comisionados reunidos con los militares, campesinos a los que “aunque no
sean guerrilleros … hay que ir a sacarlos”. Encontrándose en este cuartel
le liberan de las esposas y hasta le permiten bañarse a diario.
El 15 de agosto el
detenido regresa al Agrupamiento Táctico de la Fuerza Aérea en la capital y,
aunque el primer día lo pasó tendido en el suelo, el trato que le dispensan ha
cambiado. Le dan de comer con regularidad, le entregan ropa, le proporcionan un
radio y no lo esposan más, con lo que puede hacer algunos ejercicios físicos.
La víctima considera
que el cambio de actitud hacia él se debió a que los captores consideraban que
ya se había “entregado” al Ejército y a la anunciada e inminente llegada
de unos senadores norteamericanos. Estos llegan, en efecto, a entrevistarse con
él, y, para complacencia de sus captores, Emeterio afirmó: “Yo estaba en el
CUC … y ya no quise seguir, por eso me vine y aquí estoy, señores”. Consultado
sobre el modo en que lo trataban, contestó: “Pues, bastante bien”. Sus
respuestas terminaron de “afianzar una cierta confianza que ya había ganado
con los oficiales”.
El 16 de septiembre,
por sorpresa, llevan a Toj a buscar a su familia. Esta se había ido del lugar
—Llanos de Urbina, Cantel, Quetzaltenango— desde hacía más de un mes, y los
vecinos no supieron darle datos concretos sobre su paradero. Al final de la
infructuosa búsqueda, es recluido en el cuartel Justo Rufino Barrios, en la
capital, para que esté “cómodo y tranquilo”. Se le ordena usar el
seudónimo Juan.
Al día siguiente de
llegar a este cuartel recibe la visita de una persona que se presenta como
psicólogo y que propone ayudarle. Será el “encargado” del detenido y lo
visitará con asiduidad, requiriendo que exprese sus pensamientos e insistiendo
en que debe brindar datos útiles al Ejército, sobre todo acerca de las
actividades de los religiosos.
Luego de pasar unos
días en un pequeño calabozo, lo trasladan a “un cuartito de la enfermería
del cuartel”, donde la situación mejora notablemente: comida “de
oficial”, libros, etc. Los libros que le brindan tratan de la lucha
contrainsurgente, entre ellos uno “escrito por un ex miembro del PGT, de
apellido Pellecer; el título de la obra es ‘Utiles después de muertos”.
La noche
del 30 de septiembre lo levantan de su cama y hacen que vea el noticiero en el
que informan de la conferencia de prensa dada por el sacerdote Pellecer Faena, en la cual éste reconoce haber
desertado de la guerrilla. “El coronel … estaba rebosante de gozo, se
levantaba de su asiento a cada poco manifestando su alegría”. Los siguientes cinco días lo obligan
a ver y oír las declaraciones dadas por Pellecer, que vuelven a transmitirse
por televisión. A principios de octubre el psicólogo anuncia a Emeterio que,
por órdenes superiores, tiene que dar una conferencia de prensa similar. Según
la víctima, su resistencia inicial se vio vencida por las amenazas que le
proferían: “Si vos no querés hablar, vos serás responsable de lo que le pase
a tu familia y a la gente por quien vos estuviste trabajando en los tiempos del
CUC”.
Comienzan a
prepararlo para ofrecer la conferencia de prensa. Emeterio debe elaborar un
documento, bajo la supervisión del psicólogo. Lo hacen practicar día tras día
en el cuartel o en un local del Canal Cinco, aledaño a la instalación militar
donde continuaba recluido. Se simulan entrevistas en la que unos
seudoperiodistas intentan arrancar más información al detenido: “Además de
la propaganda subversiva que se sacaba en los mimeógrafos de los curas, ¿qué
otros volantes sacaban?; ¿Además del cura Juan Gerardi, quiénes otros les daban
cursillos subversivos?”
El 10 u 11 de
octubre, en un gesto en verdad insólito, el psicólogo lleva a Emeterio a
almorzar a su casa, y allí le presenta a una señora y una niña. “Esa fue una
buena ocasión que tuve para fugarme, pero no tuve el espíritu, la fuerza
suficiente para tal empresa”.
El 22 de octubre se
despliega un gran operativo de seguridad, dentro y fuera del Palacio Nacional.
En esta sede gubernamental tendría lugar la conferencia de prensa. Esta sería
presidida por el ministro de Gobernación y el secretario general de la
Presidencia. Diversas personalidades se presentan en el salón, e incluso
representantes del cuerpo diplomático.
Antes
de comenzar la conferencia recibió las últimas advertencias: “Ya sabe, nada
de decir cosas que no convienen, tenga en cuenta a su familia”. Acto
seguido, Emeterio Toj comienza a recitar la declaración aprendida.
“Lo que estaba escrito en el texto eran barbaridades contra
sectores de la Iglesia, especialmente contra los sacerdotes de El Quiché y la
USAC, como los promotores del CUC … Querían que acusara en forma particular al
obispo del Quiché como promotor de la subversión”.
“Aunque ciertamente
parte de estas declaraciones salieron de mi boca en los tiempos de tortura en
los primeros días del secuestro, ya que desde el principio yo negué que tuviera
que ver con la guerrilla, sostuve que tenía tiempo de estar desligado de toda actividad
del CUC … Sin embargo, a lo largo de mi cautiverio me fueron arrancando cosas
sueltas y además sin duda fueron atando nudos, y claro, se fue evidenciando mi
membresía en mayor o menor grado en el EGP”.
Luego de la
conferencia y una vez ganada la confianza del Ejército, Emeterio es manipulado
como ejemplo para convencer a las comunidades campesinas de la inconveniencia
de apoyar a la guerrilla. Es conducido por varias aldeas y cantones para que
refiera su experiencia a los vecinos. También le hacen grabar “cuñas” radiales
donde reitera su rechazo a la lucha guerrillera: “Yo, Emeterio Toj Medrano,
soy un campesino igual que ustedes; yo les pido que retiren su apoyo a los
subversivos, ellos son los culpables de todo lo que les está pasando en estos
momentos”.
La esperanza que
Emeterio mantenía en volver a ver a su familia era el arma que el Ejército
empleaba con mayor frecuencia para lograr su colaboración. Pero los días
pasaban y, a pesar de algunos intentos, las comunicaciones con su familia, que
le habían prometido, nunca se realizaron. Los planes para escapar se vuelven,
entonces, el centro de su interés.
Mientras tanto, con el pasar de
los días, el personal del cuartel Justo Rufino Barrios se ha acostumbrado a la
presencia de Emeterio, resulta normal verlo caminar por las instalaciones,
sobre todo por la enfermería, o ir a los estudios del Canal Cinco. No existe el
menor recelo perderlo de vista.
El 26 de noviembre
de 1981, a las nueve de la mañana, un hombre al que no conoce y que no viste
uniforme militar llega al cuarto de Emeterio y le dice: “Prepárese, sólo voy
a arreglar su salida y vengo en un momento”. La razón es su inminente
traslado a otro lugar.
Por la tarde aún no
ha regresado el desconocido que anunció su traslado. Emeterio sale de su
cuarto-prisión y comienza a recorrer el trayecto tantas veces recorrido en los
últimos tiempos. Pasa por la enfermería y se dirige al puesto de guardia. “Voy
a Canal Cinco” dice al guardia y sigue sin detenerse. El recorrido es de casi
200 metros, la calle está a la vista, a unos pasos. Llega al Canal televisivo,
pregunta por una ropa que está esperando. Le contestan que nada ha llegado y él
toma el camino de regreso. Camina unos 25 pasos, decide intentar la huida y se
dirige a la calle. “A media cuadra empecé a sentir un gran miedo, empecé a
sentir una impotencia, sentía que las manos me empezaban a sudar, las piernas
las sentía como de plomo; y hubo un momento de indecisión, sentía que no podía
avanzar, incluso llegué a pensar en un momento que era mejor regresar al
cuartel”. Sin embargo
continuó caminando y tomó un bus que lo condujo a la libertad.
III. CONCLUSIONES
Estudiados los
antecedentes del caso, la CEH arribó a la convicción de que Emeterio Toj
Medrano fue detenido arbitrariamente y sometido a torturas y apremios
psicológicos tendientes a anular o disminuir su personalidad, por parte de
agentes del Estado, primordialmente miembros del Ejército, que contaron con la
protección de las más altas autoridades del Estado. Los hechos constituyen
graves violaciones de los derechos a la libertad y a la integridad personal.
La CEH considera que
el caso ilustra la práctica llevada a cabo por el Ejército como parte de la
lucha psicológica contra la insurgencia, consistente en la detención de civiles
que adherían políticamente a las organizaciones insurgentes, a quienes se
sometía sistemáticamente a tortura física y sicológica, para quebrar su
resistencia y utilizarlos luego en tareas de propaganda antiguerrillera.
Aquella adhesión de las víctimas a la guerrilla no justifica, bajo ninguna
circunstancia, esas graves violaciones de derechos humanos.
La circunstancia de
haber participado en la operación altas esferas del Estado, como lo prueba el
hecho que la simulada conferencia de prensa se realizó en la sede de Gobierno,
evidencia la inexistencia, en la época, de un Estado de Derecho y la absoluta
desconsideración del poder ejecutivo hacia los órganos judiciales, a quienes
sustituía burdamente en su función de investigar y sancionar conductas
contrarias al ordenamiento legal vigente.
Fuente:
CEH, Guatemala memoria del silencio.
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