Caso ilustrativo No. 31
Masacre de las Dos
Erres
“…uno tenía que ser
especialista para eso, con corazón para hacer eso”.
“La ejecución
terminó como a las cinco de la tarde y cerramos el pozo. Al finalizar la
ejecución quedamos listos para ir a cenar”.
I. ANTECEDENTES
El parcelamiento Las
Dos Erres, en La Libertad, Petén, fue fundado en 1978 en el marco de una fuerte
migración motivada por la búsqueda de tierra por campesinos y por efecto de la
colonización promovida por la agencia gubernamental Fomento y Desarrollo de
Petén (FYDEP). Los fundadores del parcelamiento fueron Federico Aquino Ruano y
Marcos Reyes, a quienes la institución mencionada autorizó 100 caballerías de
tierra, para que la repartieran en lotes de cinco, dos y una caballerías a
quienes lo solicitaran.
El punto máximo de
expansión del parcelamiento de Las Dos Erres se produjo entre 1979 y 1980,
cuando llegó una gran cantidad de personas ladinas provenientes del Oriente y
Costa Sur de Guatemala. En diciembre de 1982 la población oscilaba entre 300 y
350 habitantes. Se construyeron dos iglesias (una evangélica y otra católica) y
una escuela. Asimismo, había tres comercios pequeños, aunque los pobladores
tenían que acudir cada semana a la aldea vecina de Las Cruces para proveerse de
víveres que no podían obtener en su comunidad.
La vida en el
parcelamiento era muy armónica y había muy pocos problemas. Sus habitantes
tenían fama de ser trabajadores, respetuosos y amables unos con otros y una
gran solidaridad regía entre ellos.
En 1981 se
comenzó a vivir un clima de creciente tensión en la zona, debido a que en la
aldea Las Cruces algunas personas desaparecieron o fueron asesinadas. A principios de 1982 miembros de las
Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) entraron en Las Cruces, para celebrar un mitin y
comprar víveres, lo que propició se incrementara la presencia militar que
estableció un destacamento en la propia comunidad. El clima de tensión en Las
Dos Erres se acentuó después de la masacre que se había cometido en abril de
1982 en la aldea Josefinos. Comenzaron
a sobrevolar aviones militares de combate a baja altura por esa zona, y el
Ejército, a partir de entonces, empezó a visitar con regularidad el
parcelamiento.
En septiembre de
1982 comandos de las FAR atacaron con morteros los cuarteles de la Policía
Militar Ambulante y la Guardia de Hacienda de Las Cruces. Como consecuencia, el
comisionado militar del lugar organizó la Patrulla de Autodefensa Civil (PAC)
en su comunidad y en Las Dos Erres. El objetivo era que esta última no
patrullara en su parcelamiento sino que se integrara en la PAC de Las Cruces,
alternativa que fue rechazada por la población de Las Dos Erres, que sólo
accedió a formar la patrulla para proteger su comunidad.
Ante esta negativa,
el comisionado de Las Cruces empezó a difundir el rumor de que la gente de Las
Dos Erres era guerrillera. Una de las pruebas que presentó al Ejército fue un
saco para recolección de la cosecha utilizado por Federico Aquino Ruano,
fundador de la comunidad, donde figuraban las siglas FAR. Esta correspondía a
las iniciales de su nombre, coincidía con las de las Fuerzas Armadas Rebeldes.
Incluso cuando se celebró la “jura de bandera” en Las Cruces, en
septiembre de 1982, el comisionado militar prohibió a los pobladores de Las Dos
Erres que participaran en el evento. La negativa a jurar la bandera significaba
en esa época, a los ojos del Ejército, que se había tomado partido por la
insurgencia.
Al propio tiempo,
comenzó a correr en la zona el rumor de que el Ejército bombardearía pronto Las
Dos Erres, por lo que en varias ocasiones familias enteras abandonaron sus
casas, para regresar más tarde.
Transcurrió un mes y
un convoy del Ejército de Guatemala sufrió una emboscada que las FAR tendieron
cerca del poblado de Palestina, a pocos kilómetros de Las Cruces. Según un
declarante, en el enfrentamiento murieron 21 soldados, en tanto que la
guerrilla se llevó 19 fusiles.
Ante la
situación creada, la zona militar 23, con sede en Poptún, solicitó el envío del pelotón
especial de kaibiles, formado
por 18 instructores de la
Escuela Kaibil, ubicada en La Pólvora, Petén. El pelotón llegó a la base aérea de Santa Elena, Petén, el
4 de diciembre de 1982, procedente de Retalhuleu, y fue informado de que iba a
estar bajo las órdenes de la zona militar 23. Otros 40 kaibiles destacados en
la misma zona se unieron a los instructores.
El 5 de diciembre
recibieron la orden de ir a Las Dos Erres, comunidad a la que la Inteligencia
militar ya consideraba simpatizante de la guerrilla. La instrucción era
registrar la aldea, matar a los pobladores y recuperar los 19 fusiles perdidos
en la emboscada de Palestina. Ese
mismo día, a las cinco y media de la tarde, reunieron a la tropa y les
ordenaron vestirse como los guerrilleros,
es decir, con camisa verde olivo y pantalón de civi, y portar
armas de uso común entre la guerrilla, aunque algunos conservaron su equipo de
reglamento. El propósito
de uniformarse como los insurgentes era “para que la población se
confundiera y dijera que no era el Ejército el que andaba haciendo esas
matanzas, sino que era la subversión”. Su forma de identificación era una cinta roja en el brazo
derecho a fin de no confundirse en el ataque. En cuanto a la conformación de la
patrulla, “cada subinstructor estuvo encargado de una escuadra de nueve
hombres, y se dividía en grupos de asalto, municiones, apoyo, comunicaciones y
seguridad … Nos dividieron en investigadores, rematadores y demoledores. Uno
tenía que ser especialista para hacer eso, con corazón para hacer eso”.
Como a las nueve de la noche dos camiones civiles
parten en dirección a Las Dos Erres; dentro llevan 58 kaibiles. Para conducir
los dos camiones, un día antes de la masacre, dos personas, un comisionado
militar y un mecánico de Las Cruces, habían sido entrevistados por dos agentes
de la G
2. Durante
su estancia en la base aérea de Santa Elena, los dos vieron que los soldados
torturaban e interrogaban a un hombre, y escucharon que lo iban a llevar a Las
Dos Erres. Se supone que este individuo era el “guía” que iba con la
patrulla de kaibiles el día de los hechos pero su identidad y procedencia se
desconocen. Los dos
pilotos, con un pretexto, eluden la misión.
A
las once de la noche del 5 de diciembre el grupo llega al “entradero” de Las Dos Erres, deja los camiones
y camina los seis kilómetros hacia el poblado, para alcanzar el objetivo hacia
las dos y media de la mañana del siguiente día, 6 de diciembre 1982.
II. LOS HECHOS
Tan pronto como
llegaron los kaibiles comenzaron a sacar con violencia a la gente de sus
hogares. Actúan casa por casa. Concentran a las mujeres y niños en las dos
iglesias y a los hombres los encierran en la escuela. A estos últimos les
fueron interrogando uno por uno y se llevó a cabo un registro de todas las
viviendas, sin que se hallara ningún arma ni propaganda y tampoco se detectara
presencia de la guerrilla. Entre las cuatro y media y cinco de la mañana se escuchan “unos gritos de
auxilio; una joven o una señorita, aproximadamente como de unos catorce años
gritaba atrás de la iglesia donde estaba toda la gente reunida, y nosotros,
como estábamos en una vereda no nos dimos cuenta qué era lo que estaba pasando,
pero ya al amanecer los mismos compañeros dijeron de que el señor o el teniente
… había violado a la señorita atrás de dicha iglesia”.
Después
de reunir a toda la población, sobre las seis de la mañana los jefes de la
patrulla consultaron por radio con
el mando superior y, una
vez recibidas las órdenes, informaron
al resto de la tropa que se iba a proceder a “vacunar” a los pobladores después del
desayuno. Como a mediodía, los kaibiles comienzan a “vacunar” a los
niños. Los juntaron, aunque no a todos. A las dos de la tarde arrojan vivo a un
pozo seco a un recién nacido de tres o cuatro meses de edad. Es el inicio de la
masacre. A continuación prosigue a costa de los demás infantes.
Todos los menores
fueron ejecutados con golpes de almádana en la cabeza, mientras a los más
pequeños los estrellaban contra los muros o los árboles, sujetándoles de los
pies; luego eran arrojados al pozo.
Entre tanto, los
hombres, mujeres y algunos niños seguían “encerrados en las iglesias y en la
escuela y sólo se escuchaban sus rezos y plegarias”. Además, “comenzaron algunos
especialistas a violar a las niñas menores de edad”.
Los kaibiles se
encargaron entonces de los hombres, las mujeres y los ancianos. Estos fueron sacados
uno por uno de la escuela y de las iglesias, vendados y conducidos a la orilla
del pozo, donde los hincaban de rodillas, y les preguntaban si pertenecían a la
insurgencia y quién era el jefe guerrillero del poblado. Si no contestaban, o
alegaban que no sabían, un instructor kaibil los golpeaban con una almádana y,
al igual que habían hecho con los niños, les pegaban en el cráneo para lanzar
después los cadáveres al pozo. Así
se siguió haciendo todo el día 6 de diciembre.
De acuerdo con lo
declarado por un ex kaibil que participó en la masacre, en la noche del 6 al 7
de diciembre los soldados volvieron a violar a las niñas que aún estaban con
vida y también a varias mujeres, que se habían repartido entre ellos: “Yo
pude ver cuando ellos luchaban a las menores de edad para violarlas”. A las mujeres embarazadas les
provocaron abortos como consecuencia de los golpes recibidos: “Se podía ver
cómo las golpeaban en el vientre con las armas, o las acostaban y los soldados
les brincaban encima una y otra vez hasta que el niño salía malogrado”. Los hombres no vieron todo eso, pero
desde el lugar donde estaban, podían escuchar con detalle todo lo que sufrían
sus mujeres y niños.
El 7 de diciembre
los kaibiles empezaron a matar por igual a hombres, mujeres: unos fueron
ejecutados tras destrozarles la cabeza con la almádana y otros con arma de
fuego. En esa ocasión, “uno de los hombres logró quitarse la venda una vez
que había caído al pozo, pues logró sobrevivir del golpe en la cabeza y, al
verse sobre el resto de cadáveres, insultó a uno de los kaibiles que estaba a
la orilla del pozo, quien le disparó con su rifle Galil y, al ver que no moría,
lanzó una granada de fragmentación encima de él”.
Las
últimas víctimas del 7 de diciembre no los mataron en seguida. Según
declaraciones de un ex kaibil que participó en la masacre recogidas por el
Ministerio Público: “Cuando el pozo estaba casi lleno, algunas personas aún
seguían vivas y se levantaban tratando de salir pero no podían. Pedían auxilio
y mentaban a Dios. Después, cuando lo estaban tapando, todavía se escuchaban
quejas y llantos de las víctimas”.
A
los que aún quedaban con vida los mantuvieron retenidos en las iglesias y en la
escuela. En la noche del 7 al 8 de diciembre encañonaron a las mujeres con sus
armas y se burlaban de ellas. A algunas las volvieron a violar; igual sucedió
con las niñas. A los hombres los comenzaron a golpear.
“Los agarraban a patadas, se miraba que les montaban, brincaban
encima y los pateaban … Después se oyeron. De repente se escucharon cuatro
balazos [y] al ratito … fueron sacando a los hombres de la escuela y
se los fueron llevando por un camino … en una montaña que había Guamil … Los
llevaban en surco. También iban un surco de hombres con armas a la izquierda,
derecha, atrás y adelante. Entonces dijeron a la gente de la iglesia: ‘Salgan
ustedes’. Saliendo al patio de la iglesia cuando se oyeron descargas de
ametralladoras. Ellos dijeron: ‘Escuchen, esos son unos hijos de p … que no los
queremos y los vamos a terminar a todos, los estamos matando porque son unos
monos, unos micos’. … Entonces fueron llevando a las mujeres a patadas y
manadas, del pelo las agarraban, pero las agarraron a un lado abajo de la
escuela, no para donde llevaron a los hombres, sino para abajo … Como a los dos
minutos ellos dijeron: ‘Aquí dejémoslas’, las pusieron allí y se oyeron los
disparos, las descargas, se oyó un solo grito. Se oyó que se quejaban niños y
gente grande, mujeres. Conforme las descargas se oyó como que las remataban,
unos 15 o 20 tiros más, como que de una vez estaban rematando a los que
quedaron … Después ya venían los hombres sacando las tolvas y metiendo otras
nuevas … Se iban riendo, como que nada le pasaba”.
A los
hombres que vivían aún les llevaron a la montaña, donde los degollaron y
remataron con arma de fuego. De
esa forma “terminó la gente de Las Dos Erres, ya no había nada”. En ese momento la patrulla de
kaibiles había terminado de asesinar a todos los pobladores de Las Dos Erres,
excepto un niño que se escondió entre la vegetación y logró salvarse. Esa
noche, la tropa de kaibiles festejó la masacre: “…se alegraban de cómo
mataban a una persona, de que ya no había quedado nadie”.
El 8 de diciembre,
por la mañana, cuando los kaibiles “estaban a punto de irse, llegaron a Las
Dos Erres un grupo de personas. Eran aproximadamente 15 con todo y niños,
inclusive un niño con sólo algunos días de nacido. Al verlos llegar los
soldados pensaron asesinarlos y echarlos también al pozo, pues eran pocos, pero
cuando fueron a ver si todavía le cabía gente al pozo encontraron una mano
afuera y por lo tanto quizás todavía algo vivo quiso salirse, entonces los
soldados procedieron a rellenar con más tierra el pozo”.
Al ver que no cabía
más gente en el pozo, los condujeron a un lugar que está a media hora de camino
y allí les fusilaron, dejando los cuerpos tirados. Tan pronto concluyeron la tropa kaibil abandonó Las Dos
Erres y por la montaña tomó la dirección que llevaba a San Diego, La Técnica,
cerca de la frontera con México. Del
último grupo de víctimas los soldados se habían reservado a dos niñas de 16 y
14 años, a las que vistieron igual que ellos, para reforzar las apariencias que
apuntaban a los rebeldes como los autores de la masacre y no las fuerzas del
Ejército, pues “la guerrilla siempre carga mujeres”. Las retuvieron durante tres días,
las violaron repetidamente, y “cuando se aburrieron de ellas” las estrangularon.
Junto con las niñas
también fue ejecutado el guía de la patrulla, quien desde hacía varios días
había sufrido continuas torturas. Los kaibiles “le arrancaron pedazos de
piel y le quitaban pedazos de su cuerpo para que confesara, y en vista de que
el guía ya no tenía lugar para torturarlo, fue muerto por medio de un
torniquete en el cuello”.
Mientras
consumaban la masacre los kaibiles formaron un cerco alrededor de Las Dos
Erres: dejaron entrar a todo aquel que quería; pero nadie logró salir.
III. DESPUÉS DE LOS
HECHOS
El 9 de
diciembre algunos vecinos de Las Cruces se aventuraron y fueron a Las Dos
Erres. Cuando llegaron el panorama era desolador. “Todo estaba tirado … ropa
tirada, todo estaba tirado, los trastos de la gente … Sus animales sueltos, y
todos los animales andaban allí, gritando de hambre … Seguimos … Había mucha
sangre y había este … placenta, donde los niños nacieron, quizás por el miedo [de]
las mujeres nacieron y se compusieron y quedaron tirados todos los restos de
los niños de los cordones de los ombligos y las placentas tiradas … y mucha
sangre, muchos lazos…”
Alrededor del pozo,
tapado con tierra, encontraban algunos sombreros esparcidos. Sin embargo, más
allá encontraron restos de cuerpos: “…Los tiraron a la montaña, porqué eran
demasiados hombres que había y no podían caber en este pozo. Allá nosotras
hallamos bastantes cuerpos, eran un montón de cuerpos, cabezas se puede decir
…. Habían muchos zapatos y muchos costales de azúcar que cargaban … los chuchos
comían quizás el azúcar que ellos tenían allí, que no se habían terminado”.
También el
comandante del destacamento militar de Las Cruces llegó a Las Dos Erres y sus
intenciones fueron claras: “Saquen lo que puedan sacar, porque en el regreso
quemo esta mierda”. Los
soldados a su cargo se apoderan de todos los bienes a su alcance, como ropas,
láminas, enseres domésticos, dinero, animales, maíz. Todo es repartido entre
los soldados del destacamento o vendido en la aldea de Las Cruces.
Un helicóptero
militar sobrevuela Las Dos Erres en los días siguientes como si estuviera
inspeccionando el lugar, mientras
tropas del destacamento de Las Cruces prenden fuego a lo que queda del
parcelamiento. Tractores y camiones arrasan los últimos restos, desapareciendo
así, incluso de forma física el poblado.
A finales
de diciembre la embajada estadounidense recibe la noticia de lo acontecido y
envía una misión compuesta de tres delegados para averiguar lo que pasó en Las
Dos Erres. “Dos Erres consiste en casas y grupos de casas; todas han
desaparecido y muchas han sido quemadas. Los oficiales del Ejército dicen: ‘Ha
sido la guerrilla que se llevó a la gente’, pero otra fuente informó a la
misión que el Ejército fue responsable de la desaparición de la gente en el
área”. La misión
norteamericana concluye: “Basándonos en la información reportada por la
fuente … y las observaciones en el campo el 30 diciembre, la embajada debe
concluir que la parte que aparece más responsable para este incidente es el
Ejército guatemalteco”. A
pesar de que la embajada de los Estados Unidos estuvo informada sobre los
hechos ocurridos en las Dos Erres, no hay noticias sobre reacciones del
Gobierno de los Estados Unidos al respecto.
La masacre de Las
Dos Erres fue un detonante crucial que precipitó el desplazamiento de numerosas
personas que vivían en los alrededores, hacia otras áreas de Petén, mientras
que otra parte de la población buscó refugio en México.
Los familiares de
las víctimas y el niño que se salvó escondiéndose entre la vegetación se
encuentran, aún hoy, muy afectados psicológicamente por la masacre. Un
sobreviviente se expresa así: “Sentí que el corazón se me había ido, sólo
Dios fue el que dio a mí resistencia para soportar todo, saber que ahí iba mi
tío y mi hermano. Realmente estaba pequeño pero sentí duro, tal vez hubiera
querido morir a la par de él [hermano], junto con él”.
Durante los doce
años que transcurrieron hasta que se practicaron las exhumaciones los
familiares de las víctimas que vivían en Las Cruces sufrieron constantes
intimidaciones y amenazas de los patrulleros y los comisionados militares
locales, para que guardaran silencio sobre lo sucedido. “Si hablábamos o
comentábamos una palabra de Las Dos Erres éramos terminados, no podíamos
siquiera mencionar el nombre de Las Dos Erres”.
En febrero de 1994
la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos de Guatemala (FAMDEGUA)
solicitó las exhumaciones al juez de Primera Instancia de San Benito, Petén. En
julio del mismo año se iniciaron los trabajos, estando a su cargo el Equipo
Argentino de Antropología Forense. Debido a que las tareas se iniciaron en época
de lluvias, así como por la complejidad técnica de la excavación, sólo pudo
concentrarse 16 días en la labor y las exhumaciones hubieron de suspenderse
hasta el año próximo. Sin embargo, durante ese tiempo lograron exhumar los
restos de diez personas. Unas, tenían el cráneo destrozado otras, impacto de
bala.
Los trabajos de
investigación se reanudaron el 2 de mayo de 1995, continuando los emprendidos
en el pozo el año anterior e iniciando nuevos trabajos en los enclaves
conocidos como la Aguada y los Salazares.
De acuerdo
con el Informe de Antropología Forense, en el pozo se encontraron restos óseos
correspondientes a “no menos de 162 individuos”. “Sin embargo … puede haber habido un número mayor de
muertos. Esta incertidumbre … es consecuencia de las masivas lesiones
perimortem, el daño
postmortem y el grado de
mezcla de los restos óseos. Muchos infantes tal vez no fueron contados debido a
la extensa fragmentación de las partes del cuerpo”.
La CEH logró
identificar a 178 víctimas ejecutados, entre hombres, mujeres y niños, todos
ellos pobladores civiles de la comunidad Las Dos Erres.
De los esqueletos
recuperados dentro del pozo: “67 (41.35 %) corresponden a niños menores de
doce años, con una edad promedio de siete años … y [en] 74 casos … el
sexo es indeterminado, … ya que por tratarse de infantes los rasgos de
dimorfismo sexual no se manifiestan”.
Otras 24 víctimas serían mujeres.
Conforme
avanzaba la exhumación las osamentas aparecían más concentradas, en posición
oblicua o prácticamente vertical y algunas con los pies hacia el cielo, mientras que “los restos óseos
muestran signos de daño producto de ser arrojados desde la boca del pozo”.
“La mayoría de las víctimas estaban vestidas … [y] por lo menos
en dos casos … se levantaron sogas … que se encontraron amarradas en pies y
manos”. Asimismo, se
recuperaron efectos personales tales como dinero, una inscripción militar y un
calendario de 1982 que permiten afirmar que “los sucesos … no habrían
sucedido antes de 1982”. Por
fin, “Todas las evidencias balísticas recuperadas corresponden a fragmentos
de proyectil de arma de fuego y vainas servidas de fusil Galil, de fabricación
israelí”.
En La Aguada y los
Salazares todos los huesos y ropas encontrados estaban incompletos; la mayor parte
muy deteriorada.
Mientras se desarrollaban las
exhumaciones, las personas que participaban en ellas estuvieron sometidas a
continuos actos intimidatorios, como disparos de ametralladoras hechos
premeditadamente cerca del lugar de trabajo o donde se hospedaban, así como el
robo del equipo, entre otros. Asimismo,
los familiares de las víctimas de Las Dos Erres que vivían en la comunidad de
Las Cruces recibieron amenazas de muerte si continuaba la exhumación.
El 24 de noviembre
de 1995 el fiscal encargado del caso solicitó ser relevado, debido a las
amenazas que había recibido, y el querellante adhesivo (FAMDEGUA) pidió el
nombramiento de un fiscal especial. El caso se transfirió a la Fiscalía de
Casos Especiales del Ministerio Público. A juicio del querellante adhesivo, las
pocas diligencias realizadas fueron inútiles para el desarrollo de la
investigación del caso. Más tarde, se nombró un fiscal especial para el caso.
En septiembre de
1996, ante la lentitud de las investigaciones, los representantes de FAMDEGUA
decidieron someter el caso al conocimiento de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos. En abril de 1997 el fiscal general decidió designar un nuevo
fiscal especial para que prosiguieran las indagaciones.
Después de la demora
del Ejército en entregar los nombres de los oficiales que tenían algún tipo de
responsabilidad sobre el parcelamiento de Las Dos Erres, trece de ellos fueron
citados por el Ministerio Público. En sus declaraciones, aseguran que
desconocen todo lo que sucedió en dicha comunidad.
Temiendo por su
seguridad los principales testigos del caso han solicitado de gobiernos
extranjeros que se les conceda asilo.
El
19 de diciembre de 1997 la CEH solicitó al ministro de la Defensa Nacional
información sobre la masacre en Las Dos Erres, entre otros casos. El ministro
respondió el 5 de enero de 1998 inhibiéndose de realizar comentarios, aduciendo
que este caso estaba sujeto a proceso judicial ante los tribunales.
IV. CONCLUSIONES
La
CEH ha llegado a la convicción de que la población inerme del parcelamiento Las
Dos Erres, incluidas las mujeres, los niños y los ancianos, fueron ejecutados
por efectivos de las tropas kaibiles del Ejército de Guatemala, de acuerdo a un
plan previamente elaborado y con el conocimiento y aprobación del alto mando,
constituyendo su muerte gravísima violación del derecho a la vida.
Del mismo modo, la
CEH llegó a la convicción de que mujeres, hombres y niños de dicha comunidad
sufrieron violaciones de su derecho a la integridad física y moral, cometidas
por los mismos agentes del Estado.
La CEH considera que
este caso es ilustrativo de las operaciones de aniquilamiento de población
civil efectuadas por unidades del Ejército, las cuales consistieron en el
asesinato indiscriminado de todos sus habitantes, la destrucción total de sus
viviendas y en general de todos los bienes de las personas.
El arrasamiento del
parcelamiento Las Dos Erres no constituyó una operación aislada, sino fue la
culminación de otras operaciones combinadas de inteligencia, desplazamiento y
control de la población, que son inconcebibles sin el conocimiento y aprobación
del alto mando del Ejército.
El caso ilustra la
sevicia con que efectivos del Ejército de Guatemala actuaron contra la
indefensa población. Los actos de torturas, violaciones sexuales, abortos de
mujeres embarazadas, los asesinatos a golpes de niños indefensos, el castigo
mortal a los ancianos y la destrucción total de la aldea no admiten ningún tipo
de justificación. Estos antecedentes llevan a concluir a la CEH que el único
propósito de acciones como la investigada era el exterminio total de la
comunidad.
Asimismo, los hechos
revelan los efectos que, sobre los soldados, tuvieron los programas de
formación realizados para obtener la distinción de “kaibil”, que
pretendían convertirlos en “máquinas de matar”, con desprecio a la razón
y a los sentimientos humanos más primarios.
La CEH rescata, como
un elemento positivo para el esclarecimiento de la verdad histórica, que
algunos kaibiles que participaron en esos actos, presionados por su propia
conciencia moral, hayan decidido prestar testimonio sobre los hechos ocurridos.
Finalmente,
el caso evidencia un encubrimiento de los hechos, por los mandos superiores de
los soldados que participaron. Dicho encubrimiento y las dificultades objetivas
y subjetivas del sistema de justicia para lograr la sanción de los
responsables, a pesar de la confesión efectuada por algunos de ellos, lleva a
la conclusión que, en este caso, el Estado no ha dado cumplimiento a su deber
de investigar y sancionar esta grave violación a los derechos humanos.
LISTADO DE LAS VÍCTIMAS
Ejecución arbitraria
Abel
Granados Sandoval
Abel
Muñoz Aguilar
Abel
Pineda Cano
Adela
Ruano Pernillo
Adulio
Ruano Arana
Agustín
Loaysa Contreras
Agustín
Luarca Falla
Alberto
Corado
Albino
Arredondo
Ana
González Arriaga
Angelina
Escobar de Granados
Angelina
Hernández Lima
Antonia
Hernández
Arturo
Salazar
Benedicto
Granados Sandoval
Beneo
Granados
Bernabe
Muñoz Aguilar
Bernabe
Pineda Cano
Blanca
Hernández
Carlos
Humberto Revolorio
Catarino
Medrano Pérez
Cayetano
Ruano Castillo
Cecilio
Romero Martínez
Celso
Martínez González
Consuelo
Esperanza Ruano Pernillo
Cristina
Castillo Flores
Cristóbal
Aquino Ruano
Demetria
Aquino Ruano
Domingo
Batres
Dora
Hernández
Dorca
Hernández
Doroteo
Ruano
Edgar
Leonel Ruano Arana
Edgar
René Revolorio Pérez
Elgar
Ruano
Elias
Jiménez Castillo
Elida
González Arriaga
Elizabeth
Muñoz Aguilar
Elizabeth
Pineda Cano
Ernesto
Sical
Esperanza
Consuelo Ruano Arana
Estanislao
González
Eulalio
Granados Sandoval
Everildo
Granados Sandoval
Evilda
Cano Aguilar
Faustino
Castillo
Federico
Ruano Aquino
Felipe
Arriaga
Félix
Hernández Moran
Fernando
García
Fernando
Mejía Sánchez
Francisca
Leticia Mejía Alfaro
Francisco
Pernillo Jiménez
Francisco
Roca Guevara
Germain
Mayen Mejía
Geronimo
Batres
Geronimo
Pineda Cano
Graciela
Pernillo Jiménez
Guadalupe
Nelia Ramírez Peralta
Helder
Castillo Pineda
Hilario
Pernillo Jiménez
Horacio
Cermeño
Ilda
Rodríguez de Granados
Inés
Romero Ramírez
Isabel
Pineda Cano
Jaiman
Beltran Castillo Pineda
Jerónimo
Muñoz Aguilar
Joaquina
Escobar de Granados
Jorge
Adolfo de León
Jorge
Remberto Ruano Pernillo
José
Antonio Mejía Morales
José
Catalino López Moratalla
José
Domingo Muñoz Pineda
José
Esteban Peralta Romero
José
Félix Argueta Alveño
José
Humberto Crispín
José
Manuel Pernillo
Josefina
González Arriaga
Josefina
de González Arriaga
Juan
Alfonso Batres,
Juan
Audias Mayen Mejía
Juan
Guillermo Corrales Hercules
Juan
López Méndez
Juan
Mejía Echeverría
Juan
Pérez Agustín
Juan
Romero Martínez
Juan
Seren
Juana
Ruano
Julia
Arana Pineda
Julio
César Mazariegos Medina
Lázaro
Cermeño
Leonarda
Jiménez
Leonicio
Ruano Castillo
Lico
Quino
Lorenzo
Portillo Pérez
Lucía
Castillo Pineda
Luz
Jiménez Castillo
Marcelino
Deras Tejada
Marcelino
Granados Juárez
Marcelino
Ruano
Marcelino
Ruano Castillo
Marcelino
Ruano Pernillo
Margarita
Corte de Pineda
María
Inés Peralta Romero
María
López
Maribel
González Arriaga
Mario
René López
Mario
Mayen Morales
Marta
Elena Mejía Morales
Martha
Marlene Mayen Mejía
Martir
Alfonso Ruano Arana
Maximiliano
Romero Peralta
Maximiliano
Villanueva Peralta
Mayra
Jiménez Castillo
Miguel
Angel Falla Contreras
Miguel
Angel González Arriaga
Miriam
Ruano Arana
Mirna
Pineda Cano
Myrna
Muñoz Aguilar
Napoleón
Duarte
Natividad
Ramírez Linares
Nicho
Ruano
Noe
González Arriaga
Noe
Guevara Ramos
Noe
Roca Guevara
Olivia
Cermeño
Oralia
Muñoz Aguilar
Oralia
Pineda Cano
Otilia
Linares Axuma
Otilio
Axuma Linares
Pablo
Romero Ramírez
Patrocinio
Barahona García
Patrocinio
Pineda García
Paulina
Peralta Romero
Pedro
Axuma Linares
Pedro
Barahona Medrano
Pedro
Diaz Varillas
Pedro
Jeronimo Rodríguez
Petrona
Cristales Montepeque
Próspero
Ramírez Peralta
Raquel
González Arriaga
Raúl
Antonio Corrales Hercules
Raymundo
López
René
Jiménez Castillo
Reynelda
López
Rigoberto
Aquino Ruano
Rodolfo
de Paz Gudiel
Rosendo
Roca Guevara
Rubén
Nájera
Rubilio
Armando Barahona Medrano
Samuel
González Arriaga
Santos
Cermeño
Santos
Pernillo Jiménez
Santos
Seren
Santos
del Cid Escobar
Siprino
Munguilla
Sonia
Castillo Pineda
Sotero
Cermeño
Sotero
Salazar
Timoteo
Morales Pérez
Tomás
de Jesús Romero Ramírez
Tránsito
Contreras Carrillo
Ubaldo
Jiménez Castillo
Vergelina
Ruano
Víctor
Antonio González M.
Víctor
Corado
Victoriano
Jiménez Pernillo
Vilma
Muñoz Aguilar
Vilma
Pineda Cano
Vilma
de Jiménez
Vitalino
Pineda
Vitalino
Ruano
Tschus
XXX
José
XXX
José
Domingo XXX Batres
Jerónimo
XXX Muñoz
XXX
Muñoz Aguilar
Ramiro
XXX Hernández
Víctimas colectivas/desconocidas: 11
Fuente: CEH, Guatemala memoria
del silencio.
que masacre
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