Caso ilustrativo
No. 6
Masacre de Santiago Atitlán
“Ese día fue de
gozo, de gozo hasta llorar. Todas las iglesias se unieron, nos unimos como
hermanos mayas. No hubo diferencias, todos nos unimos sin hacer reclamos. Fue
algo maravilloso. Todos lloramos por el acuerdo de la retirada del Ejército”.
I. ANTECEDENTES
Santiago Atitlán, formado por tres aldeas y dos cantones
rurales, es uno de los 19 municipios del departamento de Sololá. La mayoría de
la población es maya tz’utujil y conserva un fuerte sentimiento comunitario,
así como una profunda tradición espiritual.
En otro tiempo los alguaciles, vinculados a las cofradías, realizaban rondas nocturnas para
velar por la seguridad de los habitantes. Las influencias que ejercieron
factores externos a las comunidades, como la Iglesia Católica a través de los
catequistas y el Ejército, por mediación de los comisionados militares y las
Patrullas de Autodefensa Civil (PAC), incidieron para que poco a poco los
alguaciles perdieran su autoridad.
Santiago Atitlán tiene antecedentes de organización social y
política. En los años setenta se puede mencionar la Asociación de Estudiantes
Indígenas Santiago Atitlán (ADEISA), que inició campañas de alfabetización y
otras actividades culturales.
Por influencia de los misioneros de Oklahoma
se formaron catequistas que adquirieron conocimientos sobre la doctrina social
de la Iglesia y la Teología de la Liberación, se organizaron cooperativas de
desarrollo agrícola y se pusieron en marcha proyectos de asistencia a viudas, huérfanos
y discapacitados. Los catequistas administraron la radioemisora La Voz de
Atitlán, que tenía fines pedagógicos y difundía programas de
sensibilización social. En este sentido, se destacan los mensajes que emitía en
tz’utujil Gaspar Culán Yatás, quien más tarde fue desaparecido. Un estudiante de Teología fue el
primero en recibir amenazas por los mensajes que emitía por radio. Los
catequistas, además de realizar su trabajo de concienciación utilizando la
radio, se distribuían en grupos para predicar en todos los cantones y aldeas
del municipio.
En 1976 el Comité de Unidad Campesina (CUC) realizó tareas de
carácter organizativo en la población, trasmitiendo mensajes con relación a la
propiedad de la tierra y otras reivindicaciones: sus postulados coincidían con
las prédicas de los catequistas.
En 1978 llegó a la zona la Organización del Pueblo en Armas
(ORPA), que pronto estableció redes de apoyo logístico en Santiago Atitlán.
Paralelamente, en 1978 el Ejército organizó en la región un
sistema de colaboradores e informantes. Se formó un cuerpo de comisionados
militares, integrado por un jefe y dos ayudantes, dependientes de la zona
militar de Quiché. Su trabajo consistía en reclutar jóvenes para que realizarán
el servicio militar. Sin embargo, según un declarante, su labor y actitud
cambiaron al cabo del tiempo, y “se volvieron malos”.
A partir de 1979 los catequistas y líderes comunitarios
comenzaron a ser identificados con la guerrilla; circularon listas con sus
nombres y sus vidas fueron amenazadas.
En 1980 el Ejército se estableció de forma
permanente en el municipio. Comenzó a vivirse un clima de temor e inseguridad: “Si
hay alguno que camina en las calles a las siete o a las ocho, pueden agarrarlo
y meterlo en el destacamento del Ejército”. Esta situación
motivó dos reacciones diferentes entre la población. Una parte ella se desplazó
a otras regiones, para escapar a la represión. Otra, a instancia de dirigentes
populares, estaba integrada por los vecinos que habían decidido permanecer
en la comunidad y se organizaron porque, al decir de un poblador, “con la
unión nos vamos a defender”. Esta
organización pretendía concienciar de estos valores a la población, al mismo
tiempo que difundían un mensaje religioso.
El 7 de enero de 1981, en la finca San Isidro Chacayá, del mismo
municipio, 22 civiles fueron torturados y ejecutados arbitrariamente por
efectivos del Ejército.
La época de mayor represión duró hasta 1983, en años
posteriores hubo también severas violaciones de derechos humanos y la población
se mantuvo bajo el control del destacamento militar. Sin embargo, la estrategia
militar de organizar a la población en las PAC no tuvo el éxito esperado. Según
un declarante, dicha organización fracasó “por la reiterada negativa de los
atitecos a seguir instrucciones de los comandantes y comisionados”.
En 1981 cientos de jóvenes se resistieron a prestar el servicio
militar y se encerraron en la iglesia, poniéndose bajo la protección del padre
Francisco Stanley Rother. En esa oportunidad ningún joven fue reclutado. Cuatro
días después, el 28 de julio de 1981, el padre Rother fue ejecutado.
Durante los años ochenta la ORPA realizó actividades políticas,
de propaganda y hostigamientos esporádicos.
En 1985 gana las elecciones municipales un poblador indígena.
Por esa época, la presencia militar, las desapariciones y las ejecuciones
extrajudiciales de personas supuestamente vinculadas con la guerrilla
continúan. La CEH registró casos de este tipo hasta 1990.
En relación a la presencia guerrillera en el área, un testigo
relata: “En el mes de diciembre de 1989 la fuerza operativa del Frente
Javier Tambriz desalojó completamente Santiago Atitlán y el volcán Atitlán y [dejó]
el contacto sistemático con la población, desplazándose, por razones
militares, a los volcanes Acatenango, Fuego y Agua”.
En 1990 tienen presencia en la región la
Iglesia Católica y múltiples iglesias protestantes. Un miembro de la Iglesia
Católica comenta: “Teníamos la meta única de expulsar a los militares de
nuestro suelo, con lo que esperábamos demostrar que ellos eran los causantes de
la violencia y las matanzas de nuestro pueblo … Así, hasta que llegó el 2 de
diciembre de 1990 que nos despertamos”.
II. LOS HECHOS
El 1 de
diciembre de 1990, sobre las seis de la tarde, cuatro militares ingresaron a la cantina Doña Elba, situada en la
calle principal del cantón Xechivoy. Allí consumieron por espacio de una hora
bebidas alcohólicas, para dirigirse después a la Cevichería Lucky, donde
permanecieron alrededor de media hora. Luego, caminaron por las calles del
cantón molestando a la gente que encontraban en su camino. Más tarde, alrededor
de las nueve y media de la noche, regresaron a la cevichería, que se encontraba
cerrada. Golpearon la puerta y exigieron que les abrieran. La gente que se encontraba
en el interior del local se negó a abrirles, escuchándose a partir de ese
momento un fuerte intercambio de palabras y generalizándose un escándalo en la
calle, coronado por disparos al aire realizados por el teniente José Antonio
Ortiz Rodríguez. Al no poder entrar en el local, los soldados se dirigieron al
domicilio de Andrés Sapalú Ajuchán, que al percibir la presencia de los
militares comenzó a gritar pidiendo auxilio. Ante el escándalo, uno de los
militares quien estuvo presente en los hechos declara: “La gente se alarmó y
salió a la calle”. Los
militares huyeron.
Durante su huida se cruzaron con varios vecinos. Uno de los
militares, el teniente de infantería José Antonio Ortiz Rodríguez, al verse
perseguido, disparó su arma. Uno de los disparos alcanzó a Diego Ixbalán
Reanda, de 19 años, quien sufrió heridas en la pierna derecha y en la mano
izquierda. El subteniente encargado de la compañía de asuntos civiles del
destacamento número 2, al escuchar los disparos y los gritos de la gente, envió
primero una patrulla y más tarde otra. Los militares fueron encontrados por las
patrullas y regresaron al destacamento. Como cuenta uno de los implicados en el
tiroteo: “La gente no nos dejaba pasar y empezaron a tirarnos piedras … los
soldados dispararon al aire y pudimos regresar al destacamento”. A las cero horas quince minutos del
2 de diciembre, las dos patrullas ingresaron en el destacamento llevando a los
cuatro soldados, que presentaban síntomás de embriaguez.
Mientras tanto, la población de Santiago se estaba organizando
para dialogar sobre estos hechos con el comandante del destacamento militar.
Las campanas de la iglesia comenzaron a sonar. Los pobladores despertaron y
salieron a la calle. Todos conocían el significado de las campanadas: “La
gente está atenta al llamado de emergencia, al toque de campana. Se acordó
cuando hay toque de campana, estar siempre alerta y se juntó la gente”.
Poco a poco se fueron reuniendo en la plaza, hasta que se llenó.
En la plaza, como declara una persona que participó en los hechos:
“Muchos comenzaron a contar sus sueños. Los
que vieron el hecho hablaron para toda la población. Esto pasó, no es justo, ya
estamos cansados de ver lo que hacen los soldados. Queremos actuar, hoy es el
momento”. Decidieron dirigirse hacia el destacamento, “porque [explica
otro poblador de Santiago] sino así se queda y ellos no reconocen lo que
pasó”. Pidieron al alcalde en funciones y al alcalde que acababa de ser
elegido, Salvador Ramírez, que los acompañara.
Se impartieron instrucciones sobre cómo comportarse. Se dijo,
por ejemplo: “Que los jóvenes no tiren piedras, no griten, vayan con orden.
Busquen pedazos de naylon blanco porque significa la paz, que se adelanten
quince hombres con las banderas. Y al llegar primero vamos a entrar los
alcaldes para decir lo que pasó”.
Mientras tanto, un soldado que estaba reforzando la subestación
de la Policía Nacional en Santiago Atitlán informó por radio al destacamento
militar que la gente se estaba aglomerando y que convocaban a todos los vecinos
haciendo sonar las campanas. El encargado del destacamento número 2 llamó a la
Policía Nacional y, según su versión, que consta en el expediente judicial, “indicaron
que toda la gente se dirigía hacia el destacamento militar para atacarlo”. Entonces, ordenó que todo el
personal reforzara los puestos de servicio.
Cientos de personas
que portaban banderas blancas se dirigieron
al destacamento militar número 2, ubicado en el caserío Panabaj, mientras otro
grupo permanecía en la plaza. Poco antes de que los pobladores llegaran al
destacamento, un especialista de asuntos civiles del Ejército exhortó a
aquéllos, por medio de un altoparlante, para que regresaran a sus casas, y que
tan sólo un líder se acercara al destacamento a plantear su inquietud.
Mientras, unos niños tiraban piedras y algunas personas gritaban: “Queremos
paz, que el Ejército salga de nuestro pueblo”. El alcalde electo
intervino para que los niños dejaran de tirar piedras y para que la gente no
gritara.
A eso de la una de la mañana, un grupo de soldados armados salió
del destacamento, en tanto que otros soldados iluminaban con linternas a la
gente desde lo alto de los muros de piedra que rodeaban la instalación militar.
La aparición de los militares no intimidó a los vecinos, que continuaron gritando
y acercándose más al destacamento. El alcalde electo de Santiago Atitlán,
Salvador Ramírez, solicitó hablar con el comandante. Un cabo de tropa le
comunicó esta solicitud al encargado del destacamento. Al mismo tiempo, en la
puerta, un soldado habría manifestado: “Prepárense, muchachos, porque ahí
vienen los guerrilleros que nos vienen a atacar”.
Fue entonces cuando comenzaron los disparos. Dos soldados
habrían disparado al aire, para asustar y dispersar a los manifestantes. Cuando
el cabo Eleodoro Ortiz Guzmán salió a los puestos de servicio se encontró “con
que el sargento mayor García González que estaba en posición de fuego apuntando
a la gente”. Otros
abrieron fuego directamente contra los pobladores. Los disparos duraron entre
tres y cinco minutos. Se desconoce el número total de soldados que abrieron
fuego contra los manifestantes.
Los pobladores, gritando, corrieron o se lanzaron al suelo. Como
resultado de los disparos, 13 personas resultaron muertas, entre ellas tres
menores de edad. Por su parte la CEH logró identificar a 22 heridos. Minutos más tarde, los soldados
salieron con linternas, para ver sobre el terreno el resultado de lo que habían
hecho.
El retiro del destacamento militar de
Panabaj
El mismo día en que se produjeron los hechos, los pobladores
formaron un Comité de Emergencia y redactaron un memorial dirigido al
Presidente de la República, con firmas y huellas dactilares de cientos de
vecinos. En el memorial se acusó directamente al Ejército como responsable de
la masacre y se solicitó la retirada del destacamento. A cambio, se comprometía
ante el Gobierno a organizar un Comité Proseguridad y Desarrollo.
El procurador de los Derechos Humanos (PDH) acudió a Santiago
Atitlán ese mismo día, para verificar lo sucedido. Días más tarde emitió su
resolución, en la que declaró comprobadas las violaciones por parte del
Ejército a los derechos humanos, calificando el caso como genocidio y ordenando que
los responsables fueran juzgados por los tribunales de justicia. Además, con
una censura pública de la actuación del Ejército, recomendó que se modificaran
los comportamientos de este tipo y solicitó por último que el destacamento
fuese retirado de Santiago Atitlán.
El ministro de la Defensa Nacional anunció,
en una declaración de prensa dada el 6 de diciembre: “De acuerdo a las
instrucciones específicas del Señor Presidente … y como una muestra de buena
voluntad de la Institución Armada, sin que esto evidencie debilidad o tibieza
se efectuará el traslado del Destacamento Militar de Panabaj al lugar que
oportunamente se seleccione dentro de la jurisdicción de la Zona Militar 14
Sololá, dado que se mantiene latente la molestia de la delincuencia terrorista
en los lugares aledaños”, aceptando el compromiso contraído por la
población: hacerse cargo de su propia seguridad.
La decisión gubernamental causó algarabía en la población. Un
declarante cuenta: “Ese día fue de gozo, de gozo hasta llorar. Todas las
iglesias se unieron, nos unimos como hermanos mayas. No hubo diferencias, todos
nos unimos sin hacer reclamos. Fue algo maravilloso. Todos lloramos por el
acuerdo de la retirada del Ejército”.
Los habitantes de Santiago explicaron la retirada del
destacamento militar desde la perspectiva del culto a Maximón y desde la cosmovisión maya. Por un
lado, “la mayoría de gente tiene una fe increíble en Maximón, pedían por la
paz, por la liberación de los desaparecidos … Dios escuchó lo que veníamos
desde hace años rezando … Maximón quitó el miedo…” Por otro, “la caída de Santiago
fue el 18 de abril de 1524, que según el calendario maya fue un día Batz que
coincide con la salida del Ejército. En esa fecha fuimos conquistados y en esa
fecha Santiago conquistó. No hemos sido vencidos, sólo estábamos esperando ese
momento”.
Cuenta un habitante de Santiago que, una vez que se fueron los
militares, “voluntariamente comenzaron las rondas. Dimos nosotros la
seguridad, pero eso viene de antes, por eso no somos PAC”. Emergió un nuevo sistema de
seguridad, sustentado en la propia comunidad. Hubo cientos de
voluntarios para cuidar, día y noche, de la población y preparar comida para
los vigilantes. Alrededor de 18 personas en cada cantón realizaban rondas cada
noche, portando como única arma un palo además de un silbato para avisar.
Cuando se trataba de un caso muy grave, se tañía la campana. Este fue el método
utilizado cada vez que el Ejército intentó penetrar de nuevo en la comunidad. La Policía
Nacional, reducida en número y en funciones, se convirtió en “una
institución subordinada a la población”.
Comenzaron a utilizarse procedimientos
conciliatorios para llegar a la resolución pacífica de los conflictos. No hubo
violencia institucional. La vida social y comercial, que antes se hallaba
restringida, se extendió hasta altas horas de la noche.
La justicia
militar
Los hechos dieron lugar a la iniciación de
dos procesos ante la justicia penal militar. En el primero se juzgó a un
militar, a quien se responsabilizó por la masacre. En el segundo se juzgó a
otro, por los hechos inmediatamente anteriores a la misma.
(1) El 2 de diciembre de
1990, encabezado por un informe policial, se inició un proceso en el juzgado de
paz comarcal de San Lucas Tolimán, del departamento de Sololá, por la muerte de
varias personas en Santiago de Atitlán. El juez de paz realizó el reconocimiento
judicial de los cadáveres que se encontraban frente al destacamento militar. En
la misma fecha el citado juez se declaró incompetente y remitió el expediente a
la fiscalía militar.
El 6 de diciembre, el comandante de la zona militar número 14
manifestó: “Según la investigación realizada en ese comando se estableció
que la única persona o elemento que disparó en el destacamento militar de
Santiago de Atitlán fue el sargento mayor Efraín García González”. El 7 de diciembre, se dictó auto de
prisión preventiva contra el militar referido y se le procesó por los delitos
de homicidio, lesiones graves y lesiones leves. Se recibieron múltiples
declaraciones testimoniales de militares ofendidos y la declaración indagatoria
del acusado; se aportaron también varios informes periciales y pruebas
documentales.
El Tribunal Militar llegó a la conclusión de que el sindicado
ejecutó personal y directamente los trece homicidios, las ocho lesiones graves
y los cinco delitos de lesiones leves y le condenó a 16 años de prisión
inconmutables. La sala novena de la Corte de Apelaciones, constituida en Corte
Marcial, confirmó la sentencia el 7 de enero de 1992 y reformó la pena impuesta
al elevar la misma a 20 años de prisión inconmutables.
(2) El 6 de diciembre de 1990 se inició el juicio en el Tribunal
Militar número 20, contra el teniente de infantería, José Antonio Ortiz
Rodríguez, por disparo de arma de fuego. Diego Ixbalán, la víctima que fue
herida por el teniente, intentó ser acusador particular, pero se desestimó tanto
su petición como su testimonio. El Ministerio Público intentó ampliar los
cargos en contra del sindicado a múltiples homicidios y lesiones; pero el
Tribunal Militar denegó tal petición. Después de escuchar varios testimonios,
el Tribunal resolvió condenar al teniente Ortiz por los delitos de disparo de
arma de fuego e intimidación pública, a cuatro años de prisión, conmutables a
razón de cinco quetzales por día. El condenado, libre bajo fianza, apeló el
fallo. La sala de apelaciones, constituida en Corte Marcial, confirmó la
sentencia el 22 de diciembre de 1993.
III. CONCLUSIONES
Luego de analizar todos los antecedentes, la CEH llegó a la
plena convicción de que efectivos del Ejército de Guatemala ejecutaron
arbitrariamente a 13 habitantes de Santiago de Atitlán y ocasionaron heridas a
otros 23, todos ellos pobladores civiles e indefensos. Dichos actos constituyen
graves violaciones de derechos humanos.
La leve alteración del orden público que pudo suponer el
ejercicio legítimo de los derechos de reunión y de petición por el pueblo de
Santiago Atitlán, no justifica, sino hace aún más reprochable la reacción de
los soldados.
El análisis de los hechos que culminaron en la masacre del 1
diciembre de 1990, lleva a la CEH a considerarlos como un ejemplo de las
consecuencias que puede acarrear la asignación a la fuerza armada de tareas de
resguardo del orden y la seguridad ciudadanas.
La CEH, luego de ponderar los hechos acaecidos en la época
anterior a la masacre, considera que este caso ilustra el profundo sentimiento
antimilitar que las violaciones de derechos humanos y los abusos de poder
cometidos por efectivos del Ejército generaron en la población civil afectada.
Dicho sentimiento es el extremo opuesto al respeto ciudadano que cualquier
ejército nacional requiere para cumplir sus funciones.
El caso ilustra, asimismo, la capacidad de la población de
Santiago Atitlán para imponer su voluntad cívica y desmilitarizar la vida
comunal, especialmente en cuanto procedió a civilizar la función de seguridad
ciudadana, situación inédita en el enfrentamiento armado interno.
Analizados los antecedentes del caso, la CEH concluye que si
bien los tribunales militares, obligados por los acontecimientos, realizaron
procedimientos judiciales que concluyeron con dos sentencias condenatorias,
dichos procedimientos no culminaron en el esclarecimiento pleno de la verdad y
la aplicación de sanciones a todos los responsables.
La CEH destaca la intervención del procurador de los Derechos
Humanos, que ilustra la trascendencia que, en la resolución de graves
conflictos, puede tener el ejercicio oportuno e inteligente de tan delicada
función.
LISTADO DE LAS
VÍCTIMAS
Ejecución
arbritaria
Felipe Quiejú Culan
Gaspar Coo Sicay
Gerónimo Sojuel Sisay
Juan Carlos Pablo Sosof
Juan Ajuchan Mesía
Manuel Chiquitá González
Nicolás Ajtujal Sosof
Pedro Catú Mendoza
Pedro Cristal Mendoza
Pedro Damián Vásquez
Pedro Mendoza Pablo
Salvador Alvarado Sosof
Salvador Damián Yaqui
Herido
en atentado
Antonio Chiviliu Quiejú
Antonio Pablo Toj
Antonio Reanda Coché
Cristobal Tacaxoy Tacaxoy
Diego Ajchomajay Coché
Diego Ixbalán Reanda
Diego Pablo Petzey
Diego Yaquí Coché
Esteban Damián Coo
Francisco Mendoza Teney
Gaspar Mendoza Mendoza
Gaspar Tzina Tinay
Gaspar Mendoza Chiquival
José Sosof Coo
Juan Ixbalán Tziná
Mariano Tacaxoy Rodríguez
Nicolás Ratzan Sapalú
Nicolás Tzina Esquina
Pascual Mendoza Coché
Pedro Abraham Damián González
Pedro Culan Sosof
Pedro Sicay Sapalú
Salvador Sisay Pablo
Fuente:
CEH, Guatemala memoria del silencio.
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