Para cada uno de los días del año, 366 si es bisiesto,
hay al menos un hecho de violación a los derechos humanos que recordar.
Cuando termine el año, habré puesto en cada uno de sus
días un recuento de las violaciones a los derechos humanos sucedidas en los 36
años que duró la guerra que libró el ejército nacional de ocupación en contra
del pueblo guatemalteco.
La fuente de esta información es el libro Guatemala,
memoria del silencio que publicó la CEH (Comisión para el esclarecimiento
histórico de las violaciones a los derechos humanos y los hechos de violencia
que han causado sufrimientos a la población guatemalteca) en 1998. Son 12
tomos, más de 4,400 páginas. Seguramente su extensión es una de las razones
para que a 14 años de su publicación el mismo siga siendo prácticamente
desconocido, además del tesón que desde el gobierno se ha puesto para borrar
la historia.
El ordenamiento cronológico de tal información ha sido un esfuerzo estrictamente personal, con un solo objetivo:
contribuir a que los guatemaltecos conozcamos el dolor que somos capaces
de infligir a nuestros prójimos y de soportar como víctimas.
El país no ha cambiado. Sus
habitantes somos los mismos. El racismo, la pobreza, la ignorancia y opulencia
de unos pocos a costa de la miseria de las grandes mayorías ahí están. Fueron
el detonante de la guerra hace más de 50 años; son el caldo de cultivo de
violencias dormidas.
Conocer las consecuencias de la guerra nos puede
llevar a exigir justicia, a no aceptar la violencia como salida, pero sobre
todo a reconocernos en los miles de mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos y
ancianas, jóvenes a quienes se les arrebató la vida y se les provocaron
sufrimientos de extrema crueldad.
Cada uno de ellos tenía un nombre y apellido, vivía y
trabajaba en una comunidad. Con cada uno de ellos se fue un pedazo de nosotros.
Son nuestra carne y nuestra sangre. Olvidarlos a ellos y su sufrimiento es
olvidarnos de nosotros mismos y correr el riesgo de que mañana los muertos o
desaparecidos seamos nosotros.
El 1 de enero empieza un nuevo año. Pero la memoria
sigue, no se marcha. ¿La olvidaremos? ¿O seguiremos compartiéndola?
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